Consuelo de las VOCES UNIDAS
Empiezo estas líneas movido en éste momento por una tristeza mezclada con decepción, escribo estas líneas con ganas de que algo pase, de que algo se mueva en la gente, que algo despierte, e inicio así…
Cómo casi todos los domingos mi amiga de la vida y del alma, nos reunimos en la Diana Cazadora sobre avenida
Paseo de la Reforma a la una de la tarde. Como todos los domingos vemos gente
en patines, en bicicleta, vendedores de todo tipo de cosas, helados, jicaletas,
aguas, papas y demás antojos que siempre vemos en esta ciudad.
Esta amiga en cuestión es una
mujer en toda la extensión de la palabra porque no le teme a nada y conoce de
todo, lo mismo puede ir al antro de moda
que lo mismo le da ir a la calle Moneda a bobear con cuanta cosa venden ahí; es
una niña sencilla, guapa y que tiene siempre las palabras adecuadas para mi
confusa cabeza.
En fin, estábamos sobre la calle
Francisco I. Madero a la altura del restaurante MUMEDI, hablando de todo y nada
a la vez, cuando un indigente con arrugas en la cara, no sé si por la edad por
el alcohol, toca a mi amiga de la manera en que un hombre sin hermana y sin
madre, podría tocar a una mujer, faltándole al respeto, humillándola, haciéndola
sentir sólo objeto y no persona, este tipo de denigración no la pasé por alto y
en ese momento no me importó estar rodeado de gente de todos lados, me importó defender
a mi amiga, defender a la mujer que no está sola en ningún momento.
Le grité al
indigente con la voz más desafiante no por demostrar hombría sino porque mi
cuerpo necesitaba expresar la indignación, el asco, el coraje... a cinco pasos
de nosotros había dos policías que vieron todo y todo ignoraron, dos policías
que escucharon mi voz exigiendo y defendiendo lo que qué para mí resultaba
defendible… ellos lo pasaron por alto.
Pedimos su ayuda y respondieron
– Es un borrachito, ¿qué quieres
qué haga?-
- ¿No tienes hermanas, o madre?,
le faltaron al respeto a una mujer y tú no haces nada- les grite y la gente si
iba acumulando, mi amiga estaba estupefacta.
-¡Uy joven! Le doy chance de que
le haga lo que quiera- sólo subió los hombros y se volteó
-¿Cómo que le haga lo que quiera?,
este cabrón anda tocando a las viejas y tú ¿crees que va a entender con unos
madrazos?
-¿Pues qué quiere qué haga? En la
delegación los sueltan, ahí no los quieren-
-Este cabrón tocó a mi amiga- le
decía a la vez que aventaba al indigente que no hacía el más mínimo esfuerzo
por defenderse porque estaba totalmente borracho, lo empuje una y otra vez,
cada vez más fuerte y cada vez tenía que seguirlo más lejos, pero él seguía sin
defenderse y el policía sin hacer nada.
No me di cuenta de que a nuestro alrededor
la gente se empezó a reunir eran más de cincuenta personas aproximadamente y
cuando estaba a punto de darme por vencido, a punto de que la derrota me pegara
en la cara, la gente empezó a gritar, ¿para esto te pagamos?, ¡hagan algo!, si
te pidieron apoyo ¡ayúdalos!, ¡es tu deber!, ¡trabaja!
De pronto vi celulares
levantados, pedí los nombres de los policías, el menos cobarde lo tenía a la
vista, el otro se fue… la gente les silbó, los abucheó, los cuestionó y la
ayuda jamás llegó.
El policía que se quedó simuló
una llamada diciendo que sus jefes ya estaban al tanto, nadie le creyó, el
indigente se fue mientras yo y mi amiga nos quedamos sin el apoyo de quien se
supone debería de ayudar.
Abracé a mi amiga intentando
espantarle el asco, el espanto, la indignación y la tristeza, pero para ese
momento la tristeza ya me tenía tomado a mí también, más que tristes estábamos decepcionados
de los policías, ¿son ellos quienes nos defienden? ¿A ellos podemos recurrir
cuando algo malo pasa? ¿Los borrachos que roban, toquetean, ofenden deben de
estar en la calle porque son borrachos y las autoridades no saben qué hacer con
ellos? La excusa –es un borrachito- ¿nos limpia?
Me siento impotente porque quería
golpear al borracho pero mi amiga me freno y decidió, como cualquiera de
nosotros hubiera creído “correcto” que llamar a la policía era lo mejor. El
borracho se fue, el policía que me dio permiso para pegarle se fue, mi amiga
con la dignidad en el suelo y yo con la ira en los puños nos abrazamos y nos
fuimos.
El consuelo de esta historia radica
en que la gente se unió por una causa buena, no hicieron marcha, le gritaron en
la cara a la “justicia” su hambre de que se haga lo correcto, le interrogaron, le
pidieron, se indignaron con nosotros, fueron la voz que nos hizo falta a mí y a
mi amiga, fueron el grito que no pudimos sacar, fuimos gente enojada de los
mismos abusos que necesita un cambio.
-amiga… ¿y a quién odiamos ahora?-
le decía a mi amiga con los puños cerrados simulando tranquilidad y coherencia
-¡ay amigo! La violencia genera
más violencia, estoy tan harta de tanta fealdad en esta ciudad que ya ni ganas
tengo de odiar-
Agradezco las voces que fueron
apoyo y cobijo.
Voces que se unieron mientras a
unos 300 metros se veían banderas azules y rosas, ondeando y cantando el lema “Unidos
por la paz”
El Cobijo de las VOCES UNIDAS...
Porque callados no logramos nada.