Se paró de la cama, abrió la
ventana, todo parecía en silencio, no tenía noción del sol o la luna, se vistió
con lo que traía puesto un día anterior y estaba listo para abandonarla, bueno, sino listo por lo menos decidido a dejarla ahí dormida, sin ganas de pronunciar palabra, porque si hablaba intentaría no llorar, así que todo lo que tenía que decir se lo escribió con las
comas más precisas y la letra más limpia según él.
Manuel Álvarez Bravo |
La carta tenía tres dobleces, en
el primero estaba escrito con letra firme “Para
cuando despiertes…” y la carta decía lo siguiente:
Me gustaría decir que la culpa fue tuya, me gustaría cambiar cada una
de las palabras que te dije por groserías y me hubiera gustado tener un pretexto
de amor intenso para dejarte, tal vez una infidelidad, una mentira, un
escándalo, un error; pero lamentablemente no es así, solo sé que me quedé en el
intento de despertar en ti algo más que pasión, algo más que ternura, algo más
que la certeza de que soy un buen tipo; en realidad soy un buen tipo, con
mucha pasión y más que tierno, soy intenso y cada vez que te tocaba
sentía el cielo, cada vez que te hablaba lo hacía desde adentro, cada vez que te
decía te quiero lo hacía sin la más mínima intención de esperar que tú me
respondieras; pero el amor de uno no basta para los dos y yo necesito ser
querido de alguna manera, tal vez no con tus palabras, pero si con tus ganas,
con tu intención de verme... con una sola y maldita intensión, pero pareciera que
estás muerta, que alguien mato lo que tenías dentro o me temo lo peor, que
naciste sin esos 21 gramos que dicen ser el alma, o sea que tú eres más ligera
que el común de los normales y te lo escribe mi orgullo herido.
Uno de tanto dar corre el peligro
de quedarse vacío y peor aún, corre el riesgo de no ser querido igual o por lo
menos de manera similar, sé que me quisiste a tú manera y por eso no es tú
culpa y repito, la culpa fue mía por que desde un principio noté tus manos
frías, tus modos distantes y que tú sí podías vivir sin mí y lo noté
cuando sabía que yo ya no podía vivir igual sin ti.
Hotel "La Sirena" Yolanda Andrade |
Tu manera de querer no se adapta
a mis necesidades y si hoy me voy no te dejó a ti, abandono mis ganas y mis sueños
de que esto funcionara, dejo a alguien que ni yo me conocía y de nuevo no eres
tú, me dejo a mí que por primera vez, después de mucho tiempo sabe lo que es
disfrutar de cada minuto de la presencia ajena.
Temía a los momentos en que nos quedábamos en silencio porque me aterraba poder perder tu atención y me tomaras por un tonto, pero perdedor hoy que dejo una buena parte de mí junto a ti, junto a la ilusión de que podría funcionar y que en algún momento podrías mostrar un poco cariño; eso sí, jamás te pedí que cambiaras, jamás te pedí nada.
Temía a los momentos en que nos quedábamos en silencio porque me aterraba poder perder tu atención y me tomaras por un tonto, pero perdedor hoy que dejo una buena parte de mí junto a ti, junto a la ilusión de que podría funcionar y que en algún momento podrías mostrar un poco cariño; eso sí, jamás te pedí que cambiaras, jamás te pedí nada.
Para cuando leas esto me gustaría
que te doliera un poco, que lloraras una solitaria lagrima, aunque
sea de cocodrilo, que te duela pensarte sola, no por la falta de
mi compañía, sino por saberte con tiempo de sobra.
Te lo repito una vez más: te
quiero porque eres diferente y porque me hiciste sacar lo mejor de mí.
Nos vemos si la vida quiere que
nos volvamos a topar.
Ahí terminaba la carta.
Ella al despertar se estiró, pensó en los pendientes de la
semana próxima, pensó en que tenía ganas de hacer del baño y en el frío que
hacía, pensó en su familia que la esperaba para la comida y de pronto recordó que no
había llegado sola, que supuestamente había alguien ahí con ella. Palpó la cama
y no había nadie, la luz del baño estaba apagada y las cosas de él no estaban. Estaba sola y para cuando encontró la carta, ya se había acomodado en la mesa
junto a la ventaba que daba a la calle. Leyó la carta mientras se oían los
autos afuera, los pájaros y la vida de los demás y para cuando termino
de leer, dobló la carta, la metió en su bolso, fue al baño, comió
con la familia, cumplió con los pendientes de la semana y siguió con su vida
con el único dolor de saberse incapaz de detener lo que ya se había ido.
Cereso 2003 Michoacan Patricia Aridjis |