sábado, diciembre 14, 2013

Te voy a contar una dulce historia

Te voy a contar una historia de como una mujer me formó el carácter con sus salsas. La cocina era su medio para decir te quiero ya que la vida le enseñó que las emociones son mejor calladas porque así molestan menos, pero siempre las canallas salen de alguna manera, la suyas salieron al memorizar lo que le gustaba comer a cada quien y a mí se me salen por los dedos de manera atropellada aunque esta vez no sé por dónde empezar, tal vez por el día que cerró sus ojos para siempre o el momento en que concilie su pérdida, el día que nació o mejor la manera en que me desata los recuerdos…

Creo que lo ideal es comenzar confesando el deseo que me mueve a escribir hoy de ella. Hoy es su cumpleaños o al menos eso tengo guardado en los registros del corazón, no sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, pero a veces uno guarda un suceso importante en una fecha que creemos correcta pero la tal vez estemos desfasados por un par de días, pero en mi archivero de sentimientos el 14 de diciembre ésta mujer celebraría un años más de crear historia en mi mundo.

Un año después de que decidió ver al mundo desde otro cielo, yo estaba en Chiapas tratando de conciliar las ausencias de los que estaban en ese cielo con ella, caminaba por una calle empedrada con casas de colores cálidos, me enamoré primero de una casa naranja con puerta de madera, después de la de color melón con acabados blancos, pero al estar frente a la roja de portón negro sentí que ahí nos hubiera gustado compartir la vida de manera tranquila y feliz. Justo a lado de esa casa había un pequeño restaurante o mejor dicho una cocina económica y me acordé de que siempre quisiste poner una y creo que hubiéramos tenido éxito porque cocinabas muy rico; en fin, ese día olía bosque y a carbón, a navidad, a magia, a celebración, a paz, a historia, sobre todo olía a un lugar donde podía encontrar las respuestas para calmar mis dudas. Entré a la cocina económica y para mi sorpresa una mujer de manos marcadas por la edad y cabello blanco me ofreció el menú y me dijo que todo estaba rico, que me sentará; me atendió como si fuera más de su familia y eso le daba ya un sabor sabroso a su comida antes de probarla, me senté y me llevó una salsa molcajeteada, esa que es roja con semillas de chile y las hojitas de cilantro, la que trae motitas negras, porque al asar los jitomates el comal deja quemada su piel y al molerlo quedan esos puntitos; me le quedé viendo a la salsa como si tuviera once años y tú estuvieras en la cocina preparando el café con leche para el desayuno mientras en la mesa dejabas esa salsa con unas tortillas medio tostadas porque sabias que me gustaban crujientes pero no duras, te evoqué haciendo ruido de trastes yendo y viniendo. 

Fue la señora de manos ágiles la que me dijo que si quería sopa de pasta o consomé de pollo con verduras; tú me hubieras dado sopa de pasta sin preguntar y yo le hubiera puesto salsita para ponerle sabor a mis días y así lo hice, pedí la sopa y le puse salsa, después arroz en vez de espagueti, aunque el que tú hacías para navidad, blanco con cachitos de jamón me hizo extrañarte aún más, pero el arroz con chicharos, papas y zanahorias que me llevaron fue como ver a mi hermano frente a mí en su lugar de siempre en la mesa, discutiendo contigo porque no te gustaba su maña de oler la comida y no comer picante, a sus 7 años tenía una determinación que te hacía enfadar ,en tu niñez no era posible contestarle así a un adulto, te molestaba que los tiempos cambiaran y que tú no tuvieras la disposición de entenderlo, la vida en el rancho en el que viviste te enseñó a acatar ordenes y a preparar queso panela, de cabra, oaxaca, mermeladas, dulce de leche, gorditas de nata, buñuelos y todo lo que sabías; las cabrás fueron tu compañía, su leche tu alimento, tu tía tu madre y mentora; viviste tantas cosas justo como la señora que me servía el guisado ese día, lo supuse por las fotos de selvas, pirámides y demás lugares memorables para ella que tenía en su pared, mi desconocida ahora entrañable. No sé por qué depositamos en los extraños que se parecen a nuestros ausentes el cariño que tenemos para ellos; una oración, un anhelo, un sueño, una esperanza no son suficientes para poder soltar esos te quiero, esas miradas donde uno explica todo o estrechar su mano calientita recordándonos que están vivos y cerquita de nosotros, no digamos abrazarlos… tantos recuerdos y ansias para una comida de tres tiempos.

Uy joven, si le gusto la salsa, espérese a que pruebe el postre -  dijo esto mi entrañable extraña porque vio la salsera vacía, y no era para menos, yo no quería dejar una sola gota de ella, no comérmela hubiera sido como dejarte sentada en esa mesa sola; en cada tortilla con salsa te bendije, te abrace y te dije cuanto te extraña y la vida tiene manera chistosas de respondernos y creo que ese día lo hizo porque a mi mesa llegó una Carlota de Limón o Dulce de Limón como tú le decías, ese postre que lleva galletas Marías con una mezcla de limones, leche condensada y crema ácida o media crema, cuando lo vi no pude hacer otra que quererte más y extrañarte menos, sabía que te llevaría en cada bocado que diera de vida. La señora se preocupó porque empecé a llorar de manera contenida y esto hacía que se notaran más mis gestos de que una tempestad estaba a punto de desatarse, pero no fue así, me controlé y con una voz que sonó a todo menos a una persona calmada le dije que estaba bien, que ese postre era mi favorito y que era el que me preparabas, lo que no fui capaz de decirle con palabras ella lo entendió con mis gestos y con el remedo de hombre que era en ese momento.

- No se preocupe estoy segura que las abuelas en cualquier lugar donde estemos les hacemos llegar señales de nuestro cariño, mientras usted descubre las suyas disfrute el postre - 

Y fue así como yo encontré mi señal de que estaba menos solo, menos sin ti. Subí a la iglesia de la Virgen de Guadalupe, no porque fuera devoto, sino porque tú sí lo eras y siempre he respetado la fe de los otros; ya en lo alto vi la ciudad y la compartí contigo, la viví sin ti pero contigo a mi lado y te conté cuanto te extrañaba.

Hoy te extraño menos porque llevo parte de tu carácter firme en mí, no te espantes, solo lo necesario para defender mi fe, mis sueños y mis ganas.

Al final de su vida esa dureza particular de ella se doblego ante la insistencia de mis abrazos, recuerdo muy bien el día en que ella respondió uno de los míos. Ese día siempre me sabrá a Dulce de Limón.


Para María Cantú, la mujer que lo que menos le faltó en la vida fue carácter. 

jueves, diciembre 12, 2013

El mundo en sus manos

Mi día transcurrió como lo han venido haciendo desde que trabajo: me levanto, me arreglo, preparo el desayuno, la comida, correr para llegar a raya a los horarios establecidos, trabajar, algunos pendientes, cambiarme, sacar a pasear al perro,  terminar lo que se dejó inconcluso en la mañana, rezar porque las emociones no se estanquen y tampoco yo, pedir porque la palabra muerte no entre a mi casa, no bese a mi familia, no ese acerque a los que amo…

Hoy el día tuvo un pequeño cambio por un suceso que pasaba mientras me tallaba el cuerpo con jabón y me ponía crema en la piel. Una mujer que no fue amiga y tampoco de mi familia pero que algunas veces sí fue testigo de lo que me pasaba al salir de casa  y que conozco desde no sé exactamente cuando, de carácter determinado, anunciaba su partida.

Hace un par de meses mientras yo trataba de no ahogarme en un vaso medio vacío de agua, había alguien hablando de las reformas laborales, otros tantos se encausaban en una relación amorosa, había alguien dejando un trabajo, puedo apostar que alguien emprendía el viaje de su vida que cambiaría su destino y yo de seguro lo envidié porque yo seguía con los pies en la tierra; mientras, el mundo seguía girando con todos los locos y vivos que éste alberga, la testigo de la vida que recuerdo siempre regando su jardín, se enteraba que tenía un cáncer incurable y para su sorpresa el mundo tampoco se paró, pero ella decidió seguir en él hasta que realmente fuera cansado continuar.

Hoy entre que me pasaba la toalla para secar las gotas de la ducha y entre que llegaba a mi habitación para decidir que ponerme, alguien estaba escuchando las palabras que cambiaría por un día más con la persona que se acaba de ir…

Esa testigo, era mi vecina y se fue esta mañana sin mucho preámbulo, se fue con el tiempo preciso para despedirse de lo que había en su corazón y regalárselo a sus nietos y sus hijos, afortunada ella que se va con los adioses exactos y los abrazos que la acompañarían a donde se tenga que ir.

Siempre la vi como una mujer al pendiente de los que la rodeaban y eso se agradece porque enseña que el cariño no se desgaste por más que el mundo se nos eche a correr y confieso que la noticia me apagó el ánimo y es que la palabra muerte aunque uno no quiera pensar en ella esta se nos manifiesta para recordarnos que no somos eternos… yo por lo tanto sigo exorcizando esa palabra de mi casa, de mi familia y de los que tengo cerca.


Se apagó una mirada y encendimos una vela con una oración.

sábado, noviembre 30, 2013

Sin Música de Fondo

Cruzó la puerta de la entrada con una chamarra gruesa y guantes, era tiempo de frío y sentía que alguien lo estaba esperando dentro, no sabía qué diría ni como se comportaría, no estaba de humor para formalidades, no quería responder ningún cuestionamiento, solo tenía ganas de silencio, estallar, escupir lo que traía atorado y para ser las 4 de la tarde para él eran las 12 de la noche.

          -  Te estaba esperando desde hace rato, alguien dejó la puerta abierta por eso pasé ¿estás bien? -
          - Todo bien, no digas nada –

Alan se sentó a los pies de quien estaba ahí, no le interesaba nada sobre su vida, ni quién le abrió, ni cómo llegó, no le importaba; le parecía menos triste el día con una persona ahí, lo mismo le hubiera dado que fuera el repartidor de pizza, su abuela, su vecino, la de las tortillas, en este punto la presencia era lo importante.

Al estar en el suelo puso su cabeza sobre las piernas de su invitada, miraba en silencio la ventana de cortinas abiertas que dejaba ver un día frío y nublado, la dueña de esas piernas acariciaba el pelo del postrado dando por un hecho que algo estaba pasando pero solo podía ser espectadora en silencio del sufrir ajeno, ella pedía las palabras que la dejaran ver lo que ocurría, palabras que le dieran armas para poder decir algo atinado, un “no te preocupes, todo estará bien” o “ya pasará, tranquilo” cosas que uno dice cuando alguien se quiebra ante nuestra mirada y queremos ser algo más que solo testigos; cada vez que ella quería enunciar algo, Alan la callaba con un “shhh” como si estuviera durmiendo a un bebé, ella no sabía qué hacer, no estaba la TV prendida ni el radio, parecía que no estaban los vecinos… el silencio irónicamente la estaba matando, de pronto Alan empezó a hablar.

¿No sé qué sentir?, creo que me estoy muriendo o al menos eso quisiera, no entiendo esto de estar vivo, me parece insoportable, pero no te preocupes, no voy a suicidarme ni nada por el estilo, ¿sabes? al levantarme me quedo en la cama queriendo estar en otra cama, otra ciudad, en otro lugar, quisiera estar lejos de mi casa, de la gente que me conoce, que no haya nadie, tal vez una playa con arena blanca, no importa el color del mar, puede que sea verde, azul claro u obscuro, eso es lo de menos, lo que sí importa es que no halla nadie que me juzgue, solo yo y el ruido del mar, ahí solo tendría que escuchar las olas pegando en la arena y no a mis pensamientos, ahí podría acostarme y llorar sin encontrar consuelo, solo desahogarme, llorar como niño chiquito sin que alguien tenga que calmarme o decirme estupideces obvias, como que todo estará bien o que ya pasará, esas frases me dan tanta rabia, como si las personas que las dicen nunca hubieran perdido el camino y se sintieran en control con solo mencionarlas ¿qué nunca se han sentido derrotados? ¿nunca se les han roto los sueños? ¿siempre han tenido las respuestas a todo? creen que con esas frases uno saldrá y se le aclararan las dudas, como si alejándonos de las dudas y el dolor todo se fuera a resolver. En esa playa no hay palabras, sería mi lugar para soltar a gusto y a mis anchas, no sabes que culpable me siento por llorar, me siento débil, juzgado, tonto, pero en la arena blanca de mis sueños no hay nada de eso, solo yo.

Alan se quedó callado otro tanto y de nuevo su lengua cobró vida.

¿Cómo le hace la gente para seguir a flote?, las veo en la calle, en sus coches o en el transporte y sus caras no tienen expresión como si estuvieran muertos pero siguen vivos, peleando, a mí me parece insoportable el olor de la ciudad, el sol que antes me daba respuestas ahora me hace sentir culpable porque su belleza me es indiferente, ya no me dice nada; camino a casa y no encuentro un detalle que cambie mi día, algo que diga que este mundo vale la pena sufrirlo, me estoy ahogando…

¿De dónde saca uno las fuerzas? ¿en dónde encuentra uno la motivación? De ahí que me parezcan sorprendentes aquellos que se paran día a día con la clara idea de lo que quieren en la vida, luchar por los hijos, ganar más dinero, subir de puesto, esa gente que ambiciona me parece admirable, yo lo que más pido al anochecer es que no llegue la mañana y a la mañana le pido que las horas sean pocas y rápidas para meterme a la cama.

Estar deprimido está castigado por la moral y las buenas costumbres ¿sabías eso? porque no te bajan de mal agradecido, porque no valoras lo que tienes, porque el discapacitado quisiera no serlo, el ciego quisiera ver, el pobre cubrirse del frío… una infinidad de gente quisiera ser yo en este momento y yo quisiera todo menos tener que escuchar esos argumentos que te presionan para estar bien, es un deber estarlo, se lo debes a tus padres, a los amigos, a los niños del  mañana; solo se me ocurre mandarlos al carajo, a final de cuentas quién dijo que quería estar aquí, si estoy aquí es porque algo me ha ido trayendo sorteando los años con diversas distracciones, la escuela, el francés, la universidad, los deberes, el trabajo, el ejercicio, los paseos, los amigos, los amores y hasta el mero placer del sexo. Todo había funcionado hasta ahora, incluso la confusión de creer que era amor lo que fue sexo y sexo lo que pudo ser amor, maté a todas las malditas mariposas en esos malentendidos y ahora no me queda nada.

No me quiero sentir culpable por sentirme mal, como si nunca les hubiera pasado a ustedes, pero por cobardes se callan ese malestar, seguramente porque es grosero compartir una pena y no una alegría, solo hablar de las cosas buenas y bellas como obligación de los vivos, pero de donde saca uno la belleza cuando basta prender el noticiero para que digan que todo se está yendo a la mierda.

Ella estaba muda porque se estaba ahogando con sus palabras, hasta ese punto solo había escuchado sin hacer otra cosa más que acariciar el cabello del hombre que le parecía un bello desastre, ahora era ella quien le decía al oído “shhh”. Lo sentó a su lado quedándose en silencio, consolando la locura de este cuerdo que aún tenía bastante que aprender y caminos que recorrer.



Cuando por fin Alan se durmió ella se fue sin hacer ruido a visitar a otros muertos de a deveras, la muerte no se equivoca y esta vez solo le toco consolar a un simple despistado que para su pesar le quedaban años de vida por delante. 

#depresión #tristeza #esperanza #yapasara #perdidas #consuelos

miércoles, octubre 23, 2013

El Consuelo de una Mirada

Alfonsito estaba afuera de un OXXO vendiendo elotes, era un lunes 27 de abril del 2009 y ¿por qué es importe el día? Porque Alfonsito tenía 13 años y celebraba su cumpleaños en mitad de una calle vacía, con un triciclo por toda compañía en donde llevaba y traía un tanque de gas, una olla metálica llena de elotes y los demás instrumentos para la venta, como palitos de madera, chili piquín, mayonesa, limones y servilletas; mientras toda la gente estaba en casa con miedo a contagiarse de gripe A (H1N1), en esos días llamada influenza porcina.

Alfonsito es el más grande de 4 hermanos y con edad suficiente para trabajar y ayudarle a su mamá que se quedó en espera del hombre que cruzó la frontera, no sabe si está vivo o muerto, desde hace 4 años que se fue no ha sabido ni para bien y ni para mal de él, por lo tanto Alfonsito desde los 9 años estudia en las mañanas y trabaja en las tardes, a él le gustaría que sus hermanos no tuvieran el mismo destino, así que el aceptó su destino sin hacer preguntas.

Cuando empezó a trabajar limpiaba zapatos en el metro, era de esos niñitos descalzos con los pies llenos de mugre, los pantalones sucios como trapeador por andar arrastrándose todo el tiempo. Al principio volteaba a ver a los señores a la cara para ver si le daban una moneda por haberles frotado con su franelita vieja los zapatos, a las señoritas sus tacones, pero dejo de mirar hacía arriba porque a veces lo miraban muy feo, como con asco, pero lo que le molestaba más a Alfonsito era que lo vieran con lástima, así que dejo de mirarlos a la cara y de 4 de la tarde a las 9 o diez de la noche, se la pasaba con la cara gacha extendiendo la mano, sin ver a la gente, se la paso así un seis meses hasta que logro juntar de lo que le sobraba, para una caja de chicles y luego para dos. La palabra “sobrar” en su vocabulario y en su vida no tenía cabida, no le sobró jamás nada, los besos de su madre eran justos y repartidos entre los cuatro hermanos, la comida era poca así que nunca sobraba  y algunos días su madre se tomaba solo un té para mitigar el hambre para que comieran ellos, la ropa que le regalaban los patrones de su mamá, la usaba él, luego su hermano,  después la hermana y seguramente los trapitos zurcidos, serían del hermano menor llegado su tiempo.

Con el negocio de los chicles le fue mejor y ya los vendía en los camiones cerca de su casa así que ya no tenía que aguantar los abusos de los vendedores ambulantes del metro, que le pedían una cuota  diaria para poder seguir ahí. Ahora en los camiones solo tenía que gritar chicles y el sonreía cada vez que alguien le compraba.

Alfonsito era afortunado, bueno, al menos eso decía, él estaba agradecido con su mamá porque siempre le dijo que no se fuera con extraños ni aunque le ofrecieran mucho dinero, dulces o cosas bonitas, - lo que quieren esos cochinos es robarte la inocencia – y para su corta edad y lo deficiente de la educación en su escuela, no sabía el significado de la palabra inocencia, pero si el de la palabra robar y a él no le iban a robar nada, con tanto esfuerzo lograba juntar para sus cajas de chicles como para que alguien le venga a robar su inoc… ¿quién sabe qué?. A él le tocó ver en el metro, como unos señores le pedían dinero a la fuerza a unos niños más chicos, los jalaban muy feo y le quisieron quitar su dinero a él también, pero como Dios es grande y siempre ha tenido a un ángel en su espalda como decía su abuela, un policía lo ayudo y le quitó a esos encajosos de encima, así, de la nada salió en el momento justo para salir bien librado. 

Más de una vez dijo que daba gracias a Dios por no estar en África y ser de esos niños negritos que están en los huesos o tener una mamá como la de su amigo Raúl, a ese pobre le pegaban para sacar el coraje de cualquier cosa, bueno hasta daba las gracias porque se enteró que acabó Raúl en el DIF y ahora sería huérfano y Alfonsito no quería estar lejos de su madre.

Todos los días, Alfonsito se guardaba unos cinco pesos o diez, dependiendo como le fuera en el día, no sabía para qué, pero algo le decía en su interior - esconde ese dinero bien, pero muy bien, quien sabe qué pueda pasar – al cabo de unos años su vecina murió y los hijos vendieron lo que a la vieja le quedaba y fue ahí cuando supo el fin de sus ahorros. La vieja tenía un triciclo donde vendía elotes, la mamá de Alfonsito pensó en comprarlos pero ni trabajando 24 horas diarias lograría tener un dinero ahorrado, ganaba 200 al día, menos pasajes, menos comida de los niños, renta, escuela, el gas, el agua, la luz que ahora tenía que pagar porque por un diablito que pusieron en su vecindad perdieron el refrigerador y hasta la tv a blanco y negro, en fin… no tenía como pagar $1,500.00 de contado ni loca, Alfonsito le pregunto a su madre -ma, ¿sabes hacer elotes? Porque si sabes hay que comprar el carrito ese -  la mamá no quería contestar lo que a su hijo le iba a doler – si sé peor no tenemos dinero – era lo que se le vino a la mente, pero su hijo ya tenía suficiente con ser el patriarca de la familia a sus 12 años de ese entonces, así que solo le dijo – si mi vida, pero por ahora con el trabajo no me daría tiempo – sabiendo bien que ese triciclo les podría dar un poco más que las cajas de chicles que vendían él y ahora su hermano.

Alfonsito fue por su bolsa de dinero que tenía en un agujero en el suelo debajo de su cama, se paso casi toda la noche contando su morralla, al día siguiente fue con sus vecinos que estaban con los preparativos del funeral y les dijo que quería el triciclo que les daba $1,195.00 ahorita y que en un mes el resto y como estaban igual de pobres los vecinos juntando dinero para el velorio y esas cosas que aceptaron el trato confiando en el niño que tenía fama de bueno.

Así las cosas, una semana después de comprar el triciclo, Alfonsito ya vendía elotes con una facilidad que parecían años de practica.

Para cuando terminó de venderme mi elote, me dijo que lo que más le gustaba de vender elotes era que ya podía ver a la gente a la cara sin sentirse menos.

Le pagué el costo de mi elote y le dije 
– Feliz cumpleaños Alfonso – y me fui mordiéndome el labio intentando no soltar lágrima… creo que de alguna manera todos somos afortunados en esta vida.

martes, mayo 21, 2013

Jueves...

Jueves en la ducha pienso si afeitarme sería bueno porque el sábado al salir quiero dar una imagen como si nada me importara, y caigo en esa mentira... Elijo usar azul con gris, esa camisa tiene mucho que no me la pongo, esos boxers se me ven muy bien. Pienso en mi comida, pollo con lechuga y uvas, siempre me ha gustado mezclar lo dulce con lo salado, no siempre la vida es dulce y tampoco saldada, mejor lo juntamos; también pongo un poco de caldo de pollo, dicen que endulza el corazón y aleja el resfriado. Reparo en la noticia del día de hoy para clase, no sé si dar la nota de George Bush comparando el fracaso Vietnam con Irak, o mejor hablar de la FED y su inyección de millones de dólares para evitar la quiebra de tantas cosas en ese país. Al ir leyendo ese diario, me doy cuenta de que nada va bien, que no hay algo alentador que nos diga que México dejara de ser pobre, que ya no habrá niños vendiendo su infancia en los vagones del metro… Aún no sé que relatar, no me decido, pasa mi día.

Es la una cuarenta y mi madre me llama, es mi mamá la que hace preguntas raras, la dueña de tristezas, de presiones, de recuerdos, de culpas, pero al fin y al cabo es mi madre la que me abraza, la que no se cansa de decirme te amo, la que no cocina y no se va a dormir sin darme la bendición de lo maravilloso de la vida y de su amor, es mi madre a la que oigo con su voz y el típico tono de que algo no anda bien en sus adentros, pero siempre caigo en la cuenta de que le ha gustado dramatizar, le gusta hacer todo más grande y llorar lo que no logrado llorar con su trajín de todos los días, y no, no acudo a su llamado de desesperación sabiendo que todo será solo una falsa alarma. Mi mamá sale de la oficina rumbo a lo que para mí será un error en el día, algo que sólo se arregla respirando fuerte o con una visita al médico, Daniel, comenta no está bien.

Para dormir mis temores llamo a esa abuela que no pierde la sonrisa, esa abuela que tiene un – te amo vida – al colgar el teléfono. Esta vez es diferente, me topo con algo que no me suaviza los miedos el auricular suena una, dos, tres veces y me contesta Nora, la tía que siempre es fuerte, la que es razón ante todo y algunas veces el soporte cuando todos perdieron la calma, la tía de las bromas pesadas, de brusquedades al hablar, la que me acompañó todo segundo de primaria a la escuela hoy suena diferente, no hay calma, no hay seguridad en sus palabras, no oigo la entereza de Nora, solo oigo llanto, oigo a mi madre en mi mente diciendo, - las madres tenemos razón -.

Algo no anda bien, lo único que se me ocurre decirle es – respira, tienes que ser fuerte para mi abuela, mi mamá ya va para allá – caigo en el arrepentimiento de no haber ido con mamá.

Recuerdo que al entrar a trabajar a Prudencial Financial, una de las pruebas que uno hace para el departamento de Recursos Humanos, decía – Poco apto para trabajar bajo presión - que absurdo se oye eso cuando se llega a los 19 con una vida como la mía, que van a saber ellos.

Ya son casi las 2pm y no sé qué hacer, cómo actuar, ¿qué se hace cuando se te descompone la cara de la preocupación? en ese momento mi madre que siempre me saca de las más terribles dudas, me telefonea y me dice – ve a casa de tu abuela – Hasta ahora no pregunto que tiene Daniel, prefiero hacer uso de la esperanza, en vez de oír lo uno se niega.

Salgo de la oficina con 20 pesos que alguien me prestó, tal vez Liliana, la chica que no puede vivir con el silencio a lado y que como toda madre protegió a su hija hace unos días del susto que ningún niño merece, o a lo mejor fue Ingrid la que está siempre de buenas y cuando no lo está es por la migraña que nubla su mirada y opaca su humor… no sé quien fue pero se lo agradezco como si me hubieran llevado de la mano. Cargo también mi ensalada que preparé en la mañana y unos frijoles, porque cuando la situación negativa se ha ido, alguien olvido comprar comida y eso me deja con un mal sabor de boca y el estómago vació.

El sonido es bajo y oigo muy bien mis pensamientos, cosa rara en esta ciudad que siempre me regala más ruido del necesario, pero me oigo, tengo miedo, la esperanza se tambalea pero no me abandona.

Llego al metro Rosario, hay gente, miradas, un trovador que desperdicia talento en ese vagón, su voz me despega los pensamientos, de mis pensamientos…
Siento una punzada en el corazón, dos, tres, cinco veces, el miedo se acrecienta y mi celular suena, hay una voz calmada que pregunta por mi ubicación, es mi madre, ella nunca esta calmada… algo malo está pasando, pero en realidad sé que algo malo pasó.

Más silencio en la calle, a veces solo capto algún claxon cercano, el silencio me aterra, no me deja… quiero ruido, mucho ruido.

Cruzo eje central y como si fuera película, pequeñas flores blancas caen, al mirar hacia arriba veo un árbol que tiene el sol detrás de la manera más serena que pueda regalar un día, no hay ruido, no hay gente solo ese momento de segundos que me aterra, - No aún Daniel, no aún, no te despidas puta madre-

Llego a donde vive mi abuela, es una buena colonia, tranquila y siempre con alguien en los pasillos, me imagino que Daniel sólo se estaba asfixiando y que ya está bien, recostado en cama, pero hay policías alrededor y Jhony, el tercer hermano de cinco, uno más chico que mi mamá, se ve delgado por el ejercicio, él siempre ha tenido el andar de mi abuela, despreocupado y ligero, siempre sencillo, al hablar tiene la solución de sus problemas a la mano, siempre con un plan a futuro, tal vez tiene tantos que cumple uno a la vez, siempre con alguna promesa, un vamos, un haremos, un te compro… siempre pensando en los demás, prometiéndole a los demás. Lo abrazo y me dice – Yo lo mate -  No creo lo que mis oídos han cambiado por el silencio, no le creo, solo lo abrazo, lo apoyo y le quiero como se quiere a alguien que ha perdido la vida misma. Vamos camino a la tiendita a Comprar cigarros, no trae cambio, solo billetes grandes… recurro a mi morral sucio que me ha acompañado por toda mi cuidad, por mis viajes, por mis sueños y por la vida que me traje de Europa, le meto mano y saco veinte pesos insuficientes para los veintidós que pide el impuesto; la tendera nos presta los dos pesos que faltan mientras pienso que ese camino a la tiendita, es el camino que alguien dejará de recorrer, alguien ya no comprará allí.

Hay policías que pregunta que si yo soy Javier, respuesta obvia NO, para esos momentos de incertidumbre prefiero ser todo menos Javier.

Javier de pequeño me llevaba con mi abuela a todos lados y recuerdo haber sujetado su mano junto a unas enormes piedras negras, que se hacen llamar Los Gigantes de Tula, pero para mi par de años eran solo piedras imponentes. También recuerdo a mi abuelo un día de mucho sol soplando mi cara en una piscina en forma de dona, acto seguido me sumergía en el agua, ese es Javier, mi abuelo fuerte, que cuando está serio da el más terrible de los miedos, pero al sonreír todo se aligera, ese el abuelo de los chocomilks más ricos.

La esperanza se aferra, el miedo me ha tomado y no se cual me dejará primero, quiero que sea el miedo.

Subo escalón a escalón al departamento de la abuela, la puerta está abierta, mi madre está ahí, sentada con su suéter negro, sus zapatillas negras con brazalete negro al tobillo, ha dejado de llorar, pido fuerza a Dios, mi Dios, para que todo sea un error y a la vez pueda afrontar lo que hay en ese cuarto al fondo del que todo mundo sale y entra, ese cuarto del que todos tiene lagrimas para derramar, el cuarto de Daniel.

Madre no te me desmorones, no aún, siempre haces las cosas grandes y ya vez seguimos juntos y felices, no me espantes, dime algo, cualquier cosa que no sea la verdad. Todos lloran, abrazo uno a uno sin soltar lágrima, porque si la suelto estaré afirmando lo que ellos dicen y me esperanza niega, Olga y Nora lloran, Javier se ausenta del mundo y pide que se apaguen las veladoras, pide que se apague todo.

Al abrazar a mi abuela la que se cae en cachitos, paso por unos segundos la mirada por el cuarto y veo solo a alguien tirado con policías en vez de médicos, esos médicos que estarían para salvar a quien se tenga que salvar, pero no son doctores, son policías y están con Daniel.

Todo está bien no hay nada que temer, solo estamos revisando el ¿por qué? de sus heridas, para estar seguros de que no fue un asalto, sólo una caída de la cama, esas que nos pasan al ser niños y con la mejor de las suertes y con el cansancio no las sentimos y si llegamos a sentirlas, están las mamás, las tías, las abuelas para levantarnos, pero no a Daniel, él tiene policías.

Abrazo a mi mamá que siempre me ha necesitado, como yo a ella, le repito
-estamos juntos- y Marco, su novio el que la apoya, la ayuda, la ama, el que también la cela en exceso, el que no deja que tenga privacidad, comenta –¿traes tus tarjetas?, tenemos que ver qué va a pasar con el cuerpo- ¿Qué cuerpo? ¿De qué está hablando? Eso no pasa en mi familia, no hablamos de los cuerpos, hablamos de a quién amamos y a la vez criticamos, pero no hablamos de los cuerpos, ni que mi familia me fuera a dejar hoy Jueves que vengo de azul, gris y negro, no hoy tengo clase con Benedicto, el maestro de INAE, no hoy porque no pensé en que perdería a alguien, alguien a quien no le dije te amo.

Puedo seguir con los detalles, con las voces, con las lágrimas, con los desgarradores lamentos de mi abuela, que no perdió la razón con un padre ausente, con una infancia comiendo pichones, con una madre que le lavaba los ojos con limón y aparte lavaba ajeno, con cinco hijos diferentes como frutas de colores y olores, con infidelidades y golpes, con la vida que uno no ha llevado y está lejos de imaginar que existe, esa abuela que no pierde la razón, porque la razón en ella es de estirpe.
 
Sigo en blanco, se han ido casi todos, estamos Olga, la tía de emociones calladas, de ternura en el rostro y fuerza escondida, esa fuerza para espantar cualquier problema, que me cuido de niño como a un hijo y que como a una madre amo. No llora por que su hijo está presente y como Liliana, protegen a sus hijos de cualquier emoción que no sea la felicidad de la niñez, esa felicidad que se cuida hasta las doce, trece, dieciséis o más allá, porque para ellas como para mi madre lo soy yo, siempre seremos sus niños. Olga contesta el teléfono, una voz dice –prepara unas cosas para Daniel- ¿Qué cosas? ¿Se va de viaje? ¿Una mochila, sus cd´s para el camino, comida? No, nada de eso, la tía Olga me deja buscar, las cosas de Daniel.

Daniel se fue, no de viaje, no para volver, se fue dejando dolor mezclado con buenos recuerdos, pero el dolor es por no saber a dónde va sin avisar que se iba, sólo se fue.
El tío Daniel, el más joven de los cinco, con solo 19 años y la vida por delante, con sus bromas y sus frases, el tío al que le daba igual tomar el sol a las 10 de la mañana como a las nueve de la noche, el que hacia rabiar con sus correcciones a la abuela, el tío de las ocurrencias, el del rock raro, el tío que me quedó a deber un video juego, fue mi hermano de juegos, de maldades, de enojos, alegrías, de Resident Evil, se fue.

Me dejó con el corazón con ruidos y los oídos sordos, me dejó en su cuarto eligiendo que le pondré para su viaje, le gustará el blanco o prefiere el azul, donde dejas tus pantalones limpios, ¿qué te gusta más? ¿el rojo o el blanco? ¿qué boxer es el indicado? y los tenis… ¿te conozco bien? ¿Sabías que te amaba y que eras mi otro hermano? ¿Sabías que algunas veces te envidie?

Estoy en tu cuarto y no sé qué pude decirte para que te quedaras, qué te hubiera gustado escuchar para que lucharas contra lo que te guiaba a no sé qué camino, lejos de aquí. Sería suficiente con abrazarte y prometerte que todo estará bien, que solo fue un golpe que te dejó sin aire y que con respiración de boca a boca se vuelve a la vida.

Hubieras ido a mi tardía fiesta de graduación, te hubiera visto llorar al creer que esa chica era el amor de tu vida y yo te diría que el amor de tu vida es quien se queda contigo con tus aciertos y tus errores, nos faltó otra partida de Risk para que Ismael nos ganara mientras tú y yo nos aniquilamos soldados, nos faltó jugar Monopolio para que en nuestra locura por cobrar en miles poniendo hoteles, Ismael nos ganara de nuevo. Hubiera comido más Cerelac con leche, te hubiera enseñado Resident Evil 5 en mi Play 3, Hubiéramos ido al cine a ver Resident Evil Extincion.

Te hubiera prometido que la receta a los problemas son los amigos, un buen postre y una familia que al final de todo termina por abrazarnos y no por obligación, sino porque nos ama con todo y errores.

Siempre se me hace tarde para todo y yo temo haber llegado tarde ese Jueves.

lunes, febrero 04, 2013

De momentos está hecha la vida…



La tarde tenía el cielo despejado, ni una nube, no hacía frío a pesar de que era febrero y el calor se sentía como si fuera abril o mayo.

Estaban patinando en un parque que antes fue refinería y que ahora el gobierno decidió ponerle arboles y estanques, cactos y auditorios. Había dos visitantes en él, uno no lo conocía y el otro lo medio conocía, eras unos enamorados sin mayor título que el de enamorados que se están conociendo y a pesar de no ser nada aun sus conocidos coincidían en que se veían bien juntos.


Esa tarde uno le enseñaba a patinar al otro
- Dobla las rodillas, saca el trasero e inclina el pecho hacía adelante, eso te da el equilibrio-
- Ya lo medio domino, mira, ahora puedo con un solo pie – decía esto cuando se cayó, no fue una caída aparatosa, pero sí de esas que te rompen el pantalón, y te raspan las rodillas.

El que la hacía de maestro no tardo en llegar, reviso la rodilla, nada grave; le puso su pie como freno al abatido, le dio la mano y lo jaló para levantarlo y darle un beso corto, sencillo, discreto…



En ese beso de tres segundos intentó explicarle el mundo entero, intentó decirle que no se preocupara, que estaba a salvo y que si él estaba cerca lo ayudaría a levantarse cuantas veces fuera necesario, que las cosas malas pasan a pesar de las tardes inertes pero que juntos es más fácil, pero para callar tanta cursilería sólo se le ocurrió besarlo y ya, besarlo y no soltarlo, besarlo y guardar ese momento para toda la vida, porque de momentos estaba hecha su vida y su vida quería muchos con él…

Abrazos perdidos

Canción para leer: Camino para volver - Conchita Si los hubiera abrazado más pienso que tal vez se hubieran quedado más, no lo sé y no lo sa...