Te voy a contar una historia de como una mujer me formó el carácter con sus
salsas. La cocina era su medio para decir te quiero ya que la vida le enseñó que las emociones son mejor calladas porque así molestan menos, pero siempre las
canallas salen de alguna manera, la suyas salieron al memorizar lo que le gustaba
comer a cada quien y a mí se me salen por los dedos de manera atropellada aunque
esta vez no sé por dónde empezar, tal vez por el día que cerró sus ojos para
siempre o el momento en que concilie su pérdida, el día que nació o mejor la
manera en que me desata los recuerdos…
Creo que lo ideal es comenzar confesando el deseo que me mueve a escribir
hoy de ella. Hoy es su cumpleaños o al menos eso tengo guardado en los
registros del corazón, no sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, pero a
veces uno guarda un suceso importante en una fecha que creemos correcta pero la
tal vez estemos desfasados por un par de días, pero en mi archivero de
sentimientos el 14 de diciembre ésta mujer celebraría un años más de crear
historia en mi mundo.
Un año después de que decidió ver al mundo desde otro cielo, yo estaba en
Chiapas tratando de conciliar las ausencias de los que estaban en ese cielo con
ella, caminaba por una calle empedrada con casas de colores cálidos, me enamoré
primero de una casa naranja con puerta de madera, después de la de color melón con
acabados blancos, pero al estar frente a la roja de portón negro sentí que ahí
nos hubiera gustado compartir la vida de manera tranquila y feliz. Justo a lado
de esa casa había un pequeño restaurante o mejor dicho una cocina económica y
me acordé de que siempre quisiste poner una y creo que hubiéramos tenido éxito
porque cocinabas muy rico; en fin, ese día olía bosque y a carbón, a navidad, a
magia, a celebración, a paz, a historia, sobre todo olía a un lugar donde
podía encontrar las respuestas para calmar mis dudas. Entré a la cocina
económica y para mi sorpresa una mujer de manos marcadas por la edad y cabello
blanco me ofreció el menú y me dijo que todo estaba rico, que me sentará; me
atendió como si fuera más de su familia y eso le daba ya un sabor sabroso a su
comida antes de probarla, me senté y me llevó una salsa molcajeteada, esa que
es roja con semillas de chile y las hojitas de cilantro, la que trae motitas
negras, porque al asar los jitomates el comal deja quemada su piel y al molerlo
quedan esos puntitos; me le quedé viendo a la salsa como si tuviera once años y
tú estuvieras en la cocina preparando el café con leche para el desayuno
mientras en la mesa dejabas esa salsa con unas tortillas medio tostadas porque
sabias que me gustaban crujientes pero no duras, te evoqué haciendo ruido de
trastes yendo y viniendo.
Fue la señora de manos ágiles la que me dijo que si quería
sopa de pasta o consomé de pollo con verduras; tú me hubieras dado sopa de
pasta sin preguntar y yo le hubiera puesto salsita para ponerle sabor a mis
días y así lo hice, pedí la sopa y le puse salsa, después arroz en vez de espagueti,
aunque el que tú hacías para navidad, blanco con cachitos de jamón me hizo
extrañarte aún más, pero el arroz con chicharos, papas y zanahorias que me llevaron fue como ver a mi hermano
frente a mí en su lugar de siempre en la mesa, discutiendo contigo porque no te gustaba su maña de oler la comida y no comer picante, a sus 7 años tenía una
determinación que te hacía enfadar ,en tu niñez no era posible contestarle así a un adulto, te molestaba que los tiempos cambiaran y que tú no tuvieras la
disposición de entenderlo, la vida en el rancho en el que viviste te enseñó a
acatar ordenes y a preparar queso panela, de cabra, oaxaca, mermeladas, dulce
de leche, gorditas de nata, buñuelos y todo lo que sabías; las cabrás fueron tu
compañía, su leche tu alimento, tu tía tu madre y mentora; viviste tantas cosas
justo como la señora que me servía el guisado ese día, lo supuse por las fotos de selvas, pirámides y demás lugares memorables para ella que tenía en su pared, mi
desconocida ahora entrañable. No sé por qué depositamos en los extraños que se
parecen a nuestros ausentes el cariño que tenemos para ellos; una oración, un
anhelo, un sueño, una esperanza no son suficientes para poder soltar esos te
quiero, esas miradas donde uno explica todo o estrechar su mano calientita
recordándonos que están vivos y cerquita de nosotros, no digamos abrazarlos… tantos recuerdos y ansias para una comida de tres tiempos.
- Uy joven,
si le gusto la salsa, espérese a que pruebe el postre - dijo esto mi entrañable extraña porque vio la
salsera vacía, y no era para menos, yo no quería dejar una sola gota de ella, no
comérmela hubiera sido como dejarte sentada en esa mesa sola; en cada tortilla
con salsa te bendije, te abrace y te dije cuanto te extraña y la vida tiene
manera chistosas de respondernos y creo que ese día lo hizo porque a mi mesa
llegó una Carlota de Limón o Dulce de Limón como tú le decías, ese postre que
lleva galletas Marías con una mezcla de limones, leche condensada y crema ácida
o media crema, cuando lo vi no pude hacer otra que quererte más y extrañarte
menos, sabía que te llevaría en cada bocado que diera de vida. La señora se
preocupó porque empecé a llorar de manera contenida y esto hacía que se notaran más mis gestos de que una tempestad estaba a punto de desatarse, pero
no fue así, me controlé y con una voz que sonó a todo menos a una persona
calmada le dije que estaba bien, que ese postre era mi favorito y que era el
que me preparabas, lo que no fui capaz de decirle con palabras ella lo entendió
con mis gestos y con el remedo de hombre que era en ese momento.
- No se preocupe estoy segura que las abuelas en cualquier lugar donde
estemos les hacemos llegar señales de nuestro cariño, mientras usted descubre
las suyas disfrute el postre -
Y fue así como
yo encontré mi señal de que estaba menos solo, menos sin ti. Subí a la iglesia
de la Virgen de Guadalupe, no porque fuera devoto, sino porque tú sí lo eras y
siempre he respetado la fe de los otros; ya en lo alto vi la ciudad y la
compartí contigo, la viví sin ti pero contigo a mi lado y te conté cuanto te
extrañaba.
Hoy te extraño
menos porque llevo parte de tu carácter firme en mí, no te espantes, solo lo
necesario para defender mi fe, mis sueños y mis ganas.
Al final de su
vida esa dureza particular de ella se doblego ante la insistencia de mis
abrazos, recuerdo muy bien el día en que ella respondió uno de los míos. Ese día
siempre me sabrá a Dulce de Limón.
Para María
Cantú, la mujer que lo que menos le faltó en la vida fue carácter.