domingo, marzo 08, 2020

No quiero ser como él...

Sé que debería empezar esta historia hace 35 años, pero para mí esta historia nace cuando cumplí 18 años.

Estábamos él, su amiga y yo en un restaurante celebrando mi cumpleaños 18. Muy consideradamente él lo escogió para mí, lo gracioso es que a mi no me llaman la atención los centros botaneros porque casi no bebo y menos en esos años, pero él sí, así que me llevo a celebrar a uno de sus lugares donde él podría beber y yo comer.

La platica con él ha sido en general muy fría
- ¿Cómo estás?
- Bien ¿y tú?
- También bien – y seguíamos la plática igual con las preguntas faltantes de
- ¿Y la escuela?
- Bien
- ¿Y el trabajo?... – mismo dialogo hasta la fecha.
Esa noche me quería regalar a mi mismo la versión de su historia, tenía la curiosidad a tope desde años atrás. Quería saber qué pasaba por su mente y sus recuerdos, quería saber cómo podía vivir con la conciencia tranquila así que le pregunté
- ¿Por qué le pegabas a mi mamá cuando era niño?-
Esa pregunta me la hice desde los 9 años, la primera vez que llegue a casa y encontré los vidrios rotos de la ventana que estaba junto a la puerta, el teléfono estaba roto y había sangre en el piso. Yo caminé despacio, con miedo, no sabía si alguien se había metido, pero al ver pasar a mi papá adelante de mi con la mano llena de sangre las conjeturas empezaron a hilar los sucesos. A tan corta edad y ya me daba por hilvanar sucesos, él rompió el vidrio con la mano y todavía estaba enojado. Busqué a mi mamá y la encontré al fondo de la sala, con la boca sangrada, desecha por dentro y tratando de ocultar lo que era obvio, era un niño mas no idiota, no me quiso enunciar lo evidente y le pregunté si él le había pegado, no me quiso responder, pero seguía con las conjeturas. Algo dije en voz alta, para que él oyera, seguro desde esa noche él supo de que lado estaba yo. No puedo decir a la perfección la realidad de los sucesos, la memoria me traiciona, pero lo que sí recuerdo es mi miedo, la sangre, el enojo de mi padre, el temor mezclado con tristeza de mi madre y mi odio, esas cosas jamás se olvidan.

Ante semejante pregunta él pareció sorprendido, como si hubiera hecho la acusación más ruin, como si lo hubiera llamado lo peor.
- ¿yo? Yo jamás le pegué a tu mamá, sería incapaz de golpear a una mujer - 
De pronto todos mis recuerdos y las anécdotas de mi madre en mi mente como un torbellino, esa noche de sangre y vidrios rotos, el miedo
– Papá, pero si yo me acuerdo de una noche en que estaba la ventana rota, tu lavándote la mano llena de sangre, mi mamá con la boca desecha –
Mi recuerdo infantil, mi vivencia quedó reducida a un
– Seguro lo soñaste, yo no le pegue jamás a tu mamá, no suelo ser violento.

Cerré la conversación, la cambié. Estaba tan indignado, un calor en mi estomago me tomó, fue tanto odio hacía él y su poca hombría. Yo estaba esperando un argumento, una explicación coherente más no una negación de lo que yo fui testigo. Esa noche algo se me rompió una vez más, ese ultimo pedazo grande que me quedada de una imagen paterna se me volvió pequeña, ya no había admiración, solo desconfianza.  Decidí agradecerle la vida que uso, el amor por los muesos, el hambre de música y parques, mi adicción al cine; también esa noche juré que jamás sería como él. Solo gratitud por lo bueno y también gratitud por su ausencia y decisiones erradas, esas mismas me hicieron ver la vida de otra manera, sin embargo con el paso de los años me seguí repitiendo  casi a diario: No seas como él.

Hoy a mis 35 años sin ser mi cumpleaños, en un desayuno con mi madre, ella me contó la historia de cómo mi padre fue su primer amor, su todo. Me habló de su trajín de una casa a otra a los 16, 17, 18 años conmigo en brazos y mi padre con su falta de visión pero su arduo trabajo. Me habló de su iniciativa para iniciar un negocio propio, de cómo consiguió clientes mientras mi padre la acusaba de enfermar a su mamá, mi abuela, que de tanto fumar y de tanto coraje se fue a enfermar ella sola; pero para mi padre era más fácil culpar a quien le deba todo el amor, porque de manera torcida lastimamos a quién más nos ama, porque bien sabemos que siempre nos perdonará… pero todo tiene un limite.

Solo bastó que mi madre me recordara como una amiga suya, una tal Beatriz, me hizo tocarle la panza para despertar mi memoria. Recuerdo como una mujer me hizo tocarle la panza, ella traía un suéter azul, algo me dijo, no sé qué fue, mi madre puso la voz a ese hoyo negro: saluda a tu hermanito. Después de eso mi mamá encontró a mi papá en la cama esa mal llamada amiga. Le reclamó, se enojó, perdió su autoestima. Ese hombre que le significaba tanto la hirió esta vez no solo a golpes, la hirió por dentro, le tomo tres años recuperar el camino y creer en ella de nuevo. Cuando mi mamá le dijo a su suegra que su hijo la había engañado, ella le respondió: es tu culpa, los hombre son hombres y así son… respuesta inverosímil en pleno siglo XXI, pero para una mujer que nació en un rancho de Nuevo León en 1929, no había otra certeza que no fuera esa.

No bastó de la infidelidad, mi padre intentó castigarla a mi mamá sin darle un peso. Ella un día se levantó se arregló y se fue a las 11:00 a buscar trabajo, mi madre se acuerda con una presión de la hora porque mi padre le preguntó
-  ¿a dónde vas?
-  A buscar trabajo.
- ¿A las 11:00am? ¡Por favor! si no sabes hacer nada, bueno hay me dices qué encuentras.
Ella se acordó que vio un trabajo de recepcionista, fue y ese mismo día se entrevistó con el que sería su jefe y le dijo que al día siguiente se presentará a trabajar. Al regresar a casa mi papá le pregunto con ironía
- ¿Ya tienes trabajo?
- Ya, mañana empiezo
- Ah muy bien, pero no te llevas el coche
- No te preocupes, me puedo ir en camión

Mi mamá un día se fue a buscar otra vida con nosotros, mi papá perdió la casa, el negocio, todo. Lo único que le dejó a mi mamá fueron las deudas porque ella como buena emprendedora, todo estaba a su nombre.

Dinero no recuerdo haber recibido de él, tal vez en los cumpleaños sí, y cada tres meses unos 500 pesos para mi hermano y para mi. Mi mamá estresada, nos sacó adelante con ayuda de su papá y su abuela y que decir de sus tres hermanos que para bien o para mal pero le ayudaron a ella a mi hermano y a mí.

En los primeros años de separación mi papá nos llevaba al cine o a los museos. Con el tiempo cada vez lo hizo menos y fue perdiéndose más. Él sabía que estaba del lado de mi madre siempre, mientras que mi hermano por su corta edad no tomó partido hecho por el cual mi padre tenía cierta inclinación hacía él, ojala hubiera sido mera casualidad pero mi certeza llego una noche que nos quedamos a dormir en casa de un amigo de él. Estábamos mi hermano y yo en una cama, sin novedad alguna él llego borracho, me despertó jalándome de la cama, me llevó a fuerza a la sala mientras yo le decía entre gritos que qué le pasaba, le grité que era un poco hombre y él fue de las primeras personas en llamarme puto, le contesté que qué pocos huevos tenía, que solo con alcohol se daba valor. Sus amigos no hicieron nada cuando se paró frente a mí levantándome la mano. Yo me paré, era más mi odio que mi miedo, estaba ya resignado a recibir el golpe, de pronto la voz de la dueña de la casa: si usted le pone una mano encima a ese niño se las verá conmigo. De no haber sido por esa mujer que se despertó por el alboroto, el lazo se hubiera hecho más fuerte en odio y rencor. Los tiempos son perfectos y yo seguido le mando una oración a ella en donde quiera que esté.

Cuando cumplí 15 años, llegó, me dio un abrazo diciendo que se compró una raqueta nueva y que no se podía quedar porque tenía que ir a jugar. Ese día deje de esperar su presencia. Si iba a su casa era para ver a mi abuela, que con el paso del tiempo dejó poco a poco los enojos y un día sin esperarlo, me dijo “te quiero” por teléfono. Años me tomó llegar a eso, cada vez que le hablaba le decía “te quiero” y nunca me respondía, solo recordar ese momento la piel se me eriza. Bendita ella y sus guisos, bendita ella y el amor que siempre me dio.

Suceso a suceso fui perdiendo la fe en mi padre, fui esperando menos de él, hasta el día en que me negó el pasado. Ese día algo se me murió por dentro, al inicio no hubo dolor sino odio, la imagen de una familia completa me hizo mucha falta muchos años, estuve tan enojado con él y también con mi mamá por otras cosas, pero la diferencia entre ella y él, es que ella a pesar de toda su historia ella se quedó y sigue conmigo. Solo con el tiempo aprendí a ver amor en lo bueno que él dejó en mí, pero aún así yo seguía repitiéndome que nunca sería como él.

Hay algo que siempre le he admirado a mi madre con todo y sus locuras: a pesar de todo el daño que mi padre le hizo, ella me insiste en que hablé con él, solo para saludarlo, para ver cómo está. Quiero a mi padre, pero aún tengo temas que trabajar conmigo sobre él, le agradezco su cariño sincero hacía mí y la aceptación sin cuestionamientos de mi vida. Hizo lo que pudo como esposo y como padre, no lo juzgo por ninguna de las dos, ya que como esposo no me corresponde verlo y como hijo, trato de entender que ha hecho lo que ha podido con la historia que trae por vida.

Hoy, gracias a la gran mujer que es mi mamá, he logrado resignificar el paso de mi padre por mi vida, ya no quiero no ser como él, voy a ser mejor, mucho mejor que él.
Y hoy sigo aprendiendo.

Gracias a la mujer que me tocó por madre.  

Abrazos perdidos

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