miércoles, octubre 23, 2013

El Consuelo de una Mirada

Alfonsito estaba afuera de un OXXO vendiendo elotes, era un lunes 27 de abril del 2009 y ¿por qué es importe el día? Porque Alfonsito tenía 13 años y celebraba su cumpleaños en mitad de una calle vacía, con un triciclo por toda compañía en donde llevaba y traía un tanque de gas, una olla metálica llena de elotes y los demás instrumentos para la venta, como palitos de madera, chili piquín, mayonesa, limones y servilletas; mientras toda la gente estaba en casa con miedo a contagiarse de gripe A (H1N1), en esos días llamada influenza porcina.

Alfonsito es el más grande de 4 hermanos y con edad suficiente para trabajar y ayudarle a su mamá que se quedó en espera del hombre que cruzó la frontera, no sabe si está vivo o muerto, desde hace 4 años que se fue no ha sabido ni para bien y ni para mal de él, por lo tanto Alfonsito desde los 9 años estudia en las mañanas y trabaja en las tardes, a él le gustaría que sus hermanos no tuvieran el mismo destino, así que el aceptó su destino sin hacer preguntas.

Cuando empezó a trabajar limpiaba zapatos en el metro, era de esos niñitos descalzos con los pies llenos de mugre, los pantalones sucios como trapeador por andar arrastrándose todo el tiempo. Al principio volteaba a ver a los señores a la cara para ver si le daban una moneda por haberles frotado con su franelita vieja los zapatos, a las señoritas sus tacones, pero dejo de mirar hacía arriba porque a veces lo miraban muy feo, como con asco, pero lo que le molestaba más a Alfonsito era que lo vieran con lástima, así que dejo de mirarlos a la cara y de 4 de la tarde a las 9 o diez de la noche, se la pasaba con la cara gacha extendiendo la mano, sin ver a la gente, se la paso así un seis meses hasta que logro juntar de lo que le sobraba, para una caja de chicles y luego para dos. La palabra “sobrar” en su vocabulario y en su vida no tenía cabida, no le sobró jamás nada, los besos de su madre eran justos y repartidos entre los cuatro hermanos, la comida era poca así que nunca sobraba  y algunos días su madre se tomaba solo un té para mitigar el hambre para que comieran ellos, la ropa que le regalaban los patrones de su mamá, la usaba él, luego su hermano,  después la hermana y seguramente los trapitos zurcidos, serían del hermano menor llegado su tiempo.

Con el negocio de los chicles le fue mejor y ya los vendía en los camiones cerca de su casa así que ya no tenía que aguantar los abusos de los vendedores ambulantes del metro, que le pedían una cuota  diaria para poder seguir ahí. Ahora en los camiones solo tenía que gritar chicles y el sonreía cada vez que alguien le compraba.

Alfonsito era afortunado, bueno, al menos eso decía, él estaba agradecido con su mamá porque siempre le dijo que no se fuera con extraños ni aunque le ofrecieran mucho dinero, dulces o cosas bonitas, - lo que quieren esos cochinos es robarte la inocencia – y para su corta edad y lo deficiente de la educación en su escuela, no sabía el significado de la palabra inocencia, pero si el de la palabra robar y a él no le iban a robar nada, con tanto esfuerzo lograba juntar para sus cajas de chicles como para que alguien le venga a robar su inoc… ¿quién sabe qué?. A él le tocó ver en el metro, como unos señores le pedían dinero a la fuerza a unos niños más chicos, los jalaban muy feo y le quisieron quitar su dinero a él también, pero como Dios es grande y siempre ha tenido a un ángel en su espalda como decía su abuela, un policía lo ayudo y le quitó a esos encajosos de encima, así, de la nada salió en el momento justo para salir bien librado. 

Más de una vez dijo que daba gracias a Dios por no estar en África y ser de esos niños negritos que están en los huesos o tener una mamá como la de su amigo Raúl, a ese pobre le pegaban para sacar el coraje de cualquier cosa, bueno hasta daba las gracias porque se enteró que acabó Raúl en el DIF y ahora sería huérfano y Alfonsito no quería estar lejos de su madre.

Todos los días, Alfonsito se guardaba unos cinco pesos o diez, dependiendo como le fuera en el día, no sabía para qué, pero algo le decía en su interior - esconde ese dinero bien, pero muy bien, quien sabe qué pueda pasar – al cabo de unos años su vecina murió y los hijos vendieron lo que a la vieja le quedaba y fue ahí cuando supo el fin de sus ahorros. La vieja tenía un triciclo donde vendía elotes, la mamá de Alfonsito pensó en comprarlos pero ni trabajando 24 horas diarias lograría tener un dinero ahorrado, ganaba 200 al día, menos pasajes, menos comida de los niños, renta, escuela, el gas, el agua, la luz que ahora tenía que pagar porque por un diablito que pusieron en su vecindad perdieron el refrigerador y hasta la tv a blanco y negro, en fin… no tenía como pagar $1,500.00 de contado ni loca, Alfonsito le pregunto a su madre -ma, ¿sabes hacer elotes? Porque si sabes hay que comprar el carrito ese -  la mamá no quería contestar lo que a su hijo le iba a doler – si sé peor no tenemos dinero – era lo que se le vino a la mente, pero su hijo ya tenía suficiente con ser el patriarca de la familia a sus 12 años de ese entonces, así que solo le dijo – si mi vida, pero por ahora con el trabajo no me daría tiempo – sabiendo bien que ese triciclo les podría dar un poco más que las cajas de chicles que vendían él y ahora su hermano.

Alfonsito fue por su bolsa de dinero que tenía en un agujero en el suelo debajo de su cama, se paso casi toda la noche contando su morralla, al día siguiente fue con sus vecinos que estaban con los preparativos del funeral y les dijo que quería el triciclo que les daba $1,195.00 ahorita y que en un mes el resto y como estaban igual de pobres los vecinos juntando dinero para el velorio y esas cosas que aceptaron el trato confiando en el niño que tenía fama de bueno.

Así las cosas, una semana después de comprar el triciclo, Alfonsito ya vendía elotes con una facilidad que parecían años de practica.

Para cuando terminó de venderme mi elote, me dijo que lo que más le gustaba de vender elotes era que ya podía ver a la gente a la cara sin sentirse menos.

Le pagué el costo de mi elote y le dije 
– Feliz cumpleaños Alfonso – y me fui mordiéndome el labio intentando no soltar lágrima… creo que de alguna manera todos somos afortunados en esta vida.

Abrazos perdidos

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