La tarde tenía el cielo despejado, ni una nube, no hacía
frío a pesar de que era febrero y el calor se sentía como si fuera abril o
mayo.
Estaban patinando en un parque que antes fue refinería y que
ahora el gobierno decidió ponerle arboles y estanques, cactos y auditorios. Había
dos visitantes en él, uno no lo conocía y el otro lo medio conocía, eras unos
enamorados sin mayor título que el de enamorados que se están conociendo y a
pesar de no ser nada aun sus conocidos coincidían en que se veían bien juntos.
Esa tarde uno le enseñaba a patinar al otro
- Dobla las rodillas, saca el trasero e inclina el pecho
hacía adelante, eso te da el equilibrio-
- Ya lo medio domino, mira, ahora puedo con un solo pie – decía
esto cuando se cayó, no fue una caída aparatosa, pero sí de esas que te rompen
el pantalón, y te raspan las rodillas.
El que la hacía de maestro no tardo en llegar, reviso la rodilla,
nada grave; le puso su pie como freno al abatido, le dio la mano y lo jaló para
levantarlo y darle un beso corto, sencillo, discreto…
En ese beso de tres segundos intentó explicarle el mundo
entero, intentó decirle que no se preocupara, que estaba a salvo y que si él
estaba cerca lo ayudaría a levantarse cuantas veces fuera necesario, que las
cosas malas pasan a pesar de las tardes inertes pero que juntos es más fácil,
pero para callar tanta cursilería sólo se le ocurrió besarlo y ya, besarlo y no
soltarlo, besarlo y guardar ese momento para toda la vida, porque de momentos
estaba hecha su vida y su vida quería muchos con él…