Estábamos en un restaurante argentino, con sus colores
típicos blancos y azules en sus manteles, con su olor a carne a la parrilla,
chimichurri, celebrando la navidad y el cierre del 2016, comiendo, brindando,
riendo, callando, cuando de pronto una de las comensales con tal de romper el
silencio lanza la pregunta: ¿Qué les deja el 2016?, su pregunta me cambió el
ánimo, me comí la risa y traté de entender la pregunta primero y luego entender
el año que me atravesó. Una semana antes mi hermano me hizo una pregunta
similar y no quedé conforme con mi respuesta, esta vez espera dar una mejor, no
a los presentes del restaurante carnívoro, si no a mí. Pasé de largo ese día
como de largo se me fue el año tratando de entender que ganaba yo en medio de
tanta confusión y empecé la remembranza del año y sus sucesos que comparto con
ustedes porque toda derrota, victoria, confusión, perdida y consuelo es mejor
en buena compañía y lo hago por aquí porque a veces solo necesitamos que nos
escuchen, que se guarde la opinión el escucha, nos miré, nos escuche y cuando haya
oportunidad nos abracen, así que cuando me vean abrácenme por el mero gusto de
hacerlo, no me expliquen, no me pidan permiso y si me sorprendo por lo inesperado,
abrácenme más fuerte para hacerme entender que me entienden, que están ahí.
2016… ¿Qué me dejaste?
2016… ¿Por dónde empiezo?
2016… ¿Qué te digo? Que duro fuiste, te inicié muy enamorado,
cosa que no hacía tiempo atrás y que ésta vez hacía enamorado de verdad, de ese
amor imperfecto que te hace querer ser mejor persona, que te hace ceder, respirar,
pedir, conformarte, dar, entender que no siempre se recibe lo que uno quiere y
amar otra vez, más fuerte, más intenso, más necesario. Pasé por un cambio de
trabajo, aprender todo de nuevo, investigar a hacer las cosas, moverme,
preguntar, ir, venir, dudar de mis capacidades, ponerlas a prueba, fallar,
volver a hacerlo, confiar y presentar, capacitar, analizar resultados, conocer
gente, jugar a ser seguro, creerlo, serlo, luego certificarme en cosas que uno
no tiene ni idea; fue estudiar arduamente, fue pensar que no lo lograría y de
pronto enfocarme con el corazón roto porque el amor se me iba y ni cuenta me
di. Fue reír con los amigos, celebrar sus cumpleaños, ir de antro, a cenar, al
cine, emborracharnos, cantar karaoke frente a un nido de arpías con la ropas
menos correcta, fue contarles las aventuras de sabanas y que me contaran secretos
de su pasado en su camioneta mientras me daban un ride, también fue llorar con
ellos, preguntarme y reclamar con ellos y a ellos, apoyarlos cuando a ellos les
rompieron el corazón, cuando los engañaron, cuando perdieron a su mejor amigo de
cuatro patas, cuando extrañaron al pasado, cuando cayeron enfermos y decirles
cosas que me decía a mí mismo: ya pasará, todo pasa por algo, no pongas resistencia,
confía… y todo pasó y pasó por algo y no puse resistencia, viví al día, viendo
el sol, buscando respuestas en el cielo, pidiendo por la paz en mi interior
para despertar la paz en los demás y en el mundo, fue contribuir a dejar de
calentar al mundo sin usar popotes, comer 98% menos carne roja, fue llevar mi
termo con el de los jugos para no gastar más plástico y confiar; confiar en la
luz, en las mañanas y ver la belleza que viene de abrir los ojos, pero el 2016
quería que viera otras cosas, el necio y terco 2016 creyó que yo aprendería
mejor y más para siempre si infligía más dolor y yo buscando la paz, esa que no
llegaba, con el corazón en reconstrucción y con mil preguntas me dijo en junio:
tu mamá tiene cáncer, sí cáncer, una enfermedad que ha abatido a muchos y que tiene
en lucha diaria a otros tantos, ya sumaba a mi mamá en sus filas.
Con el dolor mi mamá descubrí más aún la belleza de las
pequeñas cosas, de las pequeñas victorias que se tienen día tras día, fue vivir
el proceso con ella:
-Tengo cáncer de mama.
-Ya no tengo cáncer, pero tampoco mamás, pero ya tengo
expansores.
-Ya tengo senos de nuevo
-Perdí un seno, no lo acepto mi cuerpo.
-Perdí el otro seno, tampoco este lo acepto mi cuerpo, otra
vez no tengo senos.
-Ya tengo un sostén con prótesis.
-Estoy bien, no me afecta tanto no tener mamas.
Fue ver a mi mamá reír en mayo, descomponerse en junio,
llorar todo junio, temer y celebrar en julio y volver a sentir miedo en octubre
y otra vez celebrar en ese mismo mes, fue llorar y temer de nuevo en noviembre y
volver a temer y rezar con más fuerzas y con más abatimiento a la vez en diciembre.
Cada vez que lloraba, se descomponía, temía, reía, yo solo podía tomar su mano
y amarla, quería cargar su peso, su dolor, quitarle la mitad del dolor y pena
para sentirlo con ella, la verdad es que no tomé muchas responsabilidades, hui
de ellas, perdí el sueño y gané la sensación de que nada es para siempre. La primera
vez que mencionó el dolor mi optimismo me decía que no era nada, me equivoqué, luego
que le picaba y yo le contestaba que no temiera, que confiara y me volví a
equivocar, a tanto error terminé por aterrarme cada vez que decía que sentía
dolor, picazón, ardor, fue temer a contagiarla de todo, fue no saber qué decirle, cómo decirle que se dejará llorar que no tenía que ser fuerte ante
nosotros que la necesitábamos aquí y ahora como fuera que quisiera estar pero
que no se diera por vencida, eso jamás.
No sé cómo lo hizo, pero sigue aquí, sin cáncer, con miedo,
pero aquí, sonriendo, tal vez ya no con esa sonrisa altiva y espontanea, sino
con esa sonrisa de agradecimiento de un día más, aquí y viva y yo con ella, con
el mismo miedo, con la misma alegría, alegría mordida pero que al saberla efímera
ese cacho que nos queda lo disfrutamos más y con más ganas.
Así que ¿qué pienso del 2016? Pues no pienso, lo siento y
siento que se quedará con nosotros como marca, como marca en el corazón, en el
pecho, en la familia, esta familia rara, geniuda aunada con el mío pero aquí, AQUÍ.
El 2016 fue perder, ganar, volver a perder, ganar de nuevo, retroceder,
vencer, ser vencido y volver a sonreír, fue ver nuestra naturaleza, esa que
creemos que solo tienen los sobrevivientes de catástrofes mayores, fue sabernos
ganadores y no porque la batalla haya terminado, sino que ganamos el derecho de
estar vivos, felices con lo que tenemos, dignos ganadores de cada minuto de sol
y cada tiritar de frío, ganadores del beso, del apapacho, la caricia, el trabajo,
ganadores de disfrutar las pequeñas y grandes cosas como la comida, el tener un
perro, el llegar a una casa, el tener con quien soltar, tener con quien no
sentirte un extraño, ganadores de ese amor que sabe que somos raros, que nos
enojamos, que callamos, que gritamos, que nos gustan cosas totalmente diferentes
y sin embargo para muchas personas somos así con todo y todo un premio, un
goce, y al final no se trata de ver quién es el ganador definitivo, sino quien
disfrutó más en el trayecto y yo sigo en él camino, amando, amado, bendito, completo,
hoy, aquí, aquí conmigo, aquí con los quieren estar aquí, para mí, por mí,
viendo la belleza de los días grabándome los recuerdos para saber que mi paso por
este mundo, por este momento, por aquel lugar, tuvo un motivo: hacerme sentir y
saber que estuve y estoy vivo.
2016… ¿Cómo quedamos? Creo que empates, por cada
intranquilidad una felicidad, por cada desfalco, cientos de cielos diferentes,
por cada miedo un abrazo inesperado, por cada error un aprendizaje y el mayor
de todos es tener la certeza que la vida puede cambiar en un segundo.
¿Cómo veo el 2017? Como quiera venir que venga, yo solo sé
que tengo maleta ligera, sonrisa sincera, corazón lleno, gratitud con cabeza humilde
y miles de recuerdos que ya están de mi lado, conciliados y abierto a vivir cada
día sabiendo que a cada perdida corresponde su respectivo consuelo.
Compartamos lo bueno que hay en nosotros.
Amen.