Y ya no escribo tanto como antes y ahora el pecho lo siento como una cajón lleno de cosas guardadas a punto de desbordarse; solo que esta vez no son cosas, sino emociones las que tengo amontonadas, son emociones las que no dejo salir, las que estoy evitando que salgan y no por miedo a los nombres de las emociones en sí, es el miedo a la cantidad, no es el miedo a la tristeza, es el miedo a que pueda ser mucha. No es el miedo al enojo, es el miedo a que todo abrace a mi alrededor, como antes lo hacía, no es el miedo al amor, es el miedo a que se me vaya todo y luego no sepa qué hacer sin él… Pero el día de hoy me duelen los brazos, el pecho, el cuerpo completo tratando de usar toda mi fuerza al evitar que ese cajón se abra, es más cansado mantener una actitud serena y segura que dejar que ese cajón reviente. Al día de hoy sería un alivio soltar los brazos, con todo mi peso sobre ellos, evitando sentir demasiado.
Sí, tomé una maestría con un montón de materias sobre manejo
de emociones, pero aprender a ponerle nombre y a descubrir que hay una gama
amplia de ellas, no me hace experto en su manejo. Gracias a esa maestría
descubrí que existe la ternura, la tristeza, el amor propio de manera sana;
descubrí que se pueden evocar las emociones de muchas maneras, bailando, viendo
el cielo, confiando en la vida, apostando a ganar. En verdad, fue como si
hubiera entrado a la tienda de galletas y pasteles más grande del mundo y yo
como niño asombrado y probando todas y cada una de ellas. Reconocí los sucesos
de mi vida y por fin les puse el nombre de una emoción y no la pobre gama que
venía manejando: felicidad y todas las parientes del enojo, como la ira, envidia,
soberbia… todas esas emociones que me alejaban incluso de la felicidad. Lo digo
no como si fuera un monstro ya que siempre he tratado de moverme por la emoción
de la felicidad o alegría, pero con el paso de los años y los procesos de la
vida, la felicidad no me alcanzaba para entender los sucesos ajenos a mí, el
divorcio de mis padres, su paternidad intermitente, mi enfermedad a los 14 años,
el abuso, la ausencia, la incertidumbre, la soledad, el suicidio, la muerte.
Todos esos sucesos y yo tratando de vivirlos con felicidad, porque era lo único
positivo que tenía en mi vida; era eso o agarrarme del odio y la ira hacia la
vida, hacia los otros, hacia los sucesos, hacia mi mismo por poder llegar a
ser tan mezquino conmigo y con los demás, pero ¿qué hacía con un abanico de
emociones tan pobre? En mi casa la frase que escuche mucho de pequeño fue:
sonríe, todo estará bien y sí lo estuvo por unos años, por momentos, de a ratos
y esos ratos, momentos y esos años los agradezco como agua de mayo porque fue
lo que hizo dar con la gente adecuada en ese momento, pero aún así me hacía
falta conocer emociones y lo peor es de que era más mi miedo a conocer lo
desconocido que entregarme a ellas, me era más fácil alejar a quién me trajera
una nueva manera de sentir, mis frases favoritas en mi cabeza eran: eso no
puede ser verdad, no le creo, seguro tiene algo entre manos, no soy lo que está
buscando, no está a mi nivel o no estoy a su nivel, obvio es algo pasajero… y
así pasé muchos años alejando a las personas, a unas las alejaba y otras hacía
que me alejaran, todo antes de que me hicieran sentir cosas nuevas, todo antes que
ser vulnerable y dejar salir todo lo que habitaba en mi corazón…
Hoy, me encuentro en una situación similar donde me cuento
frases nuevas como: enfócate en tu carrera, ya estás muy grande para…, no
pierdas el tiempo en tonterías, pon tierra de por medio, estoy tan cansado que
prefiero irme a dormir que a salir… mismo cuento, nuevas frases, pero al menos
al día de hoy estoy documentado con las bases, que no las quiera ver es diferente,
pero como le he dicho desde hace mucho, lo que no se dice avinagra, en mi caso
esta vez lo que no digo se desborda de mi pecho y ya no tengo fuerza para mantener
el cajón cerrado, por eso traigo mi zozobra a esta hoja llevada por mis dedos. Que
fluyan las que tenga que fluir, que corran las que tengan que llegar algún lado,
que huyan las que no pertenecen a mí, que vengan las que tienen que llegar, que
se queden las que son fieles a mi y algo aún tienen que enseñarme, que me perdonen
esas que asfixie por vergüenza o temor, que se sientan acompañas aquellas que
deje solas por mucho tiempo y que se acomoden las que se quieran quedar en mi viaje
por si las ocupo en algún momento.
Sí, me dolió tener vivir violencia en casa.
Sí, fue triste tener que ser fuerte tan pequeño cuando lo único
que quería era ser niño.
Sí, me hubiera gustado tener una familia que siguiera el
mismo camino en respeto y amor.
Ojalá hubiera tenido el valor de elegir estudiar lo que me apasionaba
en vez de enfocarme en lo que me dejaría dinero.
Si, es triste haber vivido violencia en mi núcleo primario.
Sería bonito recordar a Daniel sin sentir ese dejo de duda
por sus acciones.
Me hubiera gustado no haber tenido miedo a probar una felicidad
diferente con aquél que me preguntó si quería ser su novio.
Con tanto llanto me quede dentro el día en que se fue mi
abuela María y lo callé con silencio.
Todas aquellas veces que alejé los abrazos fingiendo estar
bien, porque sabía que si me abrazaban me iba a caer y tenía miedo a romperme y
luego ya no saber como levantarme. Lo hice y lo sigo haciendo, tanto así que ya
no es necesario preguntarme como estoy porque es común que esté bien cuando en
realidad solo quiero que me digan por donde ir.
¿De cuántas cosas me he perdido viendo el mundo bajo la mirada
de la felicidad, el enojo y la falsa felicidad?, corrijo, no es pregunta, es
afirmación… de cuantas cosas me he perdido.
Sí, aún estoy triste porque hace dos años se fue mi mejor
amiga en mis brazos, pero estoy feliz porque me permití volver a amar y ahora
esa nueva amiga acompaña a mi mamá, aunque las extraño a las dos todos los días.
Me duele haber descubierto que mi amor propio era solo temor
a ser herido, pero me alegra haberme dado cuenta porque sé que pase lo que pase
me tengo a mi mismo y yo confío en el universo, en la vida; bueno hay cosas que
me aterran como perder a los que amo, pero todos los días me hablo sobre la naturaleza
de los procesos de la vida y su inevitable ir y venir, conocer y ver partir,
acompañar y despedirse, su inicio y si final… aún estoy aprendiendo a disfrutar
el proceso.
Tengo miedo de no dar el ancho en muchas cosas, tengo miedo
a fracasar, pero heme aquí intentándolo todos los días, rompiendo miedos aunque
haya días que no de el valor ni para sacar la cabeza de las sabanas y justo en
ese momento cuando decido renunciar a todo me acuerdo de todas aquellas
personas que han tocado mi vida y no se dieron por vencidas a pesar de lo inaudito
de la vida.
Y sí, unos días tengo miedo y mucho, otros la tristeza de no
estar con los que me dan calma me lleva a la melancolía, algunos más me da coraje
no haber hecho más por los que ya no están y unos otros me enoja no haber sido
muchas cosas o haber tomado ciertas decisiones… pero me repito: ya me cansé de
tener guardado tanto, tanto que no sé si tengo espacio para lo nuevo y sé que
quiero que lleguen emociones nuevas.
Estoy rompiendo viejos hábitos que me ayudaron a sobrevivir
las cosas que no entendía, incluso les agradezco haber sido esa acción repetitiva
de no sentir, de no querer ver, de negarme muchas cosas… porque eso me trajo a
este remanso, esta mi orilla de mundo para decirme que no tiene que doler estar
triste, que gritar el dolor no empequeñece, que pedir ayuda es algo digno, que
decir no puedo más no es sinónimo de rendirme sino que me recuerde tomar un
descanso y recalcular mis pasos, que todo decisión es un volado y que el
resultado puede llevarme a nuevos lugares, conocer nuevas personas, unas
sumaran, otras estarán solo ahí y otras me caerán mal, no soy Dalai Lama.
También confieso que hay gente que no me cae bien, sí, tengo juicios y sé que puedo
perder grandes oportunidades por esos juicios, pero una cosa a la vez, hoy
estoy hablando de abrir ese cajón de emociones, ya luego hablaré de porque la
gente que hace reír a todos todo el tiempo no me da confianza y hasta me cae
mal, pero bueno también eso hay en mi cajón, un poco de mordacidad y
desconfianza.
Así mi vida y mi cajón de emociones, por hoy es suficiente…
que el paso de los días me haga más fuerte no para cerrar el cajón, sino más
fuerte para dejarlo sin llave puesta, abierto para que entre lo que tenga que
entrar y se vaya lo que no requiere guardarse.