viernes, agosto 22, 2014

Una Lucha sin Descanso

Para Irene Pizarro Moreno.

No te duermas, no te duermas, ¡no te duermas! Se decía, se pedía, se exigía y hasta se gritaba Inés para permanecer despierta y no cerrar los ojos; repasaba los pendientes del día siguiente y del siguiente, de la semana próxima y de lo que le gustaría hacer dentro de un año. Se acordaba del ajo que no tenía en la cocina y hasta planeaba el viaje a Moscu y su Plaza Roja, San Petersburgo y el Museo del Hermitage.

En el día Inés era la más solícita en casa, aun dirigía algunos pendientes del trabajo desde la alcoba y era casi tan eficiente como cuando dirigía el departamento de Recursos de Humanos en su oficina; aún tenía a su cargo a ocho empleados en la oficina y a quince sucursales mandándole correos, mientras la señora Hilda le preguntaba que qué harían de comer para ellas y para dos nietos a los que medio cuidaba porque también la señora Hilda le ayuda con esto, Ines no estaba en condiciones para mandar al mundo desde su cuarto y mucho menos cuando tenía una quimioterapia cada quince días. 

Lo peor que le podía pasar a Inés era que llegara la noche, exactamente la hora de dormir, esa hora en que los ojos peleaban con desesperación por no cerrarse, se negaba y no era para menos.

Cuando su doctora le dijo que tenía cáncer le pidió que arreglara todo lo arreglable, ella pensó en lo peor, pero lo peor supero su pensamiento y aparte de la noticia del cáncer le dijo que a lo mucho le quedaban dos meses de vida, - Inés, no hay nada que hacer, los estudios no dan para más – Inés convirtió en 61 días la sentencia de la doctora y reparó que en ese tiempo tenía que hacer la repartición de sus precarios bienes, los seguros de vida, sus hijas, sus nietos y la película 
que tanto querían ver y que se estrenaría en tres meses, tres meses que no le cabían en sus 61 días...

Inés contra todo pronóstico decidió tomar el tratamiento y no el paliativo que le recomendó su doctora, sino el que la dejaría más cansada, el tratamiento que le acabaría el cuerpo pero no el ánimo y mucho menos la decisión de salir adelante. 

Cambio a la doctora por uno que creyera en que era cosa de voluntad y no solo de resultados de laboratorio. Al día siguiente de la noticia tomó la primera quimioterapia, a los quince días la segunda; el cuerpo le dolía, el asco por la comida era mucho, las ganas de quedarse en cama eran todo lo que quería, el morir le parecía lo más probable pero no lo que se permitiría. – Verduras, y si las vomito más verduras – no dejó de hacer ejercicio, pero en vez de correr los cuarenta minutos diarios, pasó a hacer sólo tres en la caminadora como todo un reto y un logro de campeones, decidió abrazar lo que se puede abrazar el triple de veces, abrazar hasta cansarse fue su deber, abrazaba sin permiso y sin aviso a los nietos, a las hijas, a los yernos y quien se dejara.

Antes de la tercera quimio empezó a probar todos los tratamientos alternativos habidos y por haber: hierbas, vitaminas, gorgojos, reiki, meditación, medicina china tradicional, acupuntura, hipnosis y hasta la musicoterapia, ¿qué no hizo ella con tal de seguir caminando entre sus vivos? De todo, excepto irse a Cuba o más lejos, pensaba – si me he de curar que sea aquí con las manos de los que quiero cerca de mi corazón, donde pueda tocarlos en caso de que no sea remediable esto que dicen que es irremediable – 

En la cuarta quimio no pudo levantarse, por primera vez desde que le dijeron que solo tenía dos meses de vida, sintió miedo y no por que las piernas no le respondían, sino miedo porque olía a la muerte cerca, a tres días de llegar a los sesenta y uno que ella estableció como meta a superar, sintió a la muerte susurrarle al oído y al cerrar los ojos para tomar fuerzas creyó haberla visto. Pidió que la llevaran a casa porque estaba segura de que lo que le fuera a pasar, le pasaría en su terreno, en lo que conocía y en lo que amaba. La llevaron a su cama y ahí sintió como se desprendía de a poco de su cuerpo, el miedo le hizo abrir los ojos, gritó con desgana y disimulando el pánico pidió que la llevaran al baño, se duchó como pudo y al regresar a la cama se dijo, se exigió y se gritó - No te duermas, no te duermas, ¡no te duermas! - Permanecer despierta era su tarea, porque sabía que si los cerraba se le irían los recuerdos y las fuerzas para abrirlos de nuevo.

Inés no se durmió, llegó al día sesenta y dos viva, llego a su meta como si hubiera corrido un maratón donde el premió era saberse con vida, ¡llegó! lo logró, esa noche durmió como nunca antes lo había hecho, durmió segura de que todavía le quedan batallas por pelear.

385 días después de que le dijeron que solo le quedaban dos meses de vida, Inés sigue sin saber cuanto tiempo extra tendrá su guerra personal, lo que si sabe es que no podrá dormir los días en que tenga un pendiente en la cocina, un viaje que programar y personas por abrazar, más no por la preocupación de seguir viva.

Si la haraganería no es cosa del cáncer, ¡de ella tampoco!.

Abrazos perdidos

Canción para leer: Camino para volver - Conchita Si los hubiera abrazado más pienso que tal vez se hubieran quedado más, no lo sé y no lo sa...