Jueves en la ducha pienso si
afeitarme sería bueno porque el sábado al salir quiero dar una imagen como si
nada me importara, y caigo en esa mentira... Elijo usar azul con gris, esa
camisa tiene mucho que no me la pongo, esos boxers se me ven muy
bien. Pienso en mi comida, pollo con lechuga y uvas, siempre me ha gustado
mezclar lo dulce con lo salado, no siempre la vida es dulce y tampoco saldada,
mejor lo juntamos; también pongo un poco de caldo de pollo, dicen que endulza
el corazón y aleja el resfriado.
Reparo en la noticia del día de hoy para clase, no sé
si dar la nota de George Bush comparando el fracaso Vietnam con Irak, o mejor
hablar de la FED y su inyección de millones de dólares para evitar la
quiebra de tantas cosas en ese país. Al ir leyendo ese diario, me doy cuenta de
que nada va bien, que no hay algo alentador que nos diga que México dejara de
ser pobre, que ya no habrá niños vendiendo su infancia en los vagones del
metro… Aún no sé que relatar, no me decido, pasa mi día.
Es la una cuarenta y mi madre me
llama, es mi mamá la que hace preguntas raras, la dueña de tristezas, de
presiones, de recuerdos, de culpas, pero al fin y al cabo es mi madre la que me
abraza, la que no se cansa de decirme te amo, la que no cocina y no se va a
dormir sin darme la bendición de lo maravilloso de la vida y de su amor, es mi
madre a la que oigo con su voz y el típico tono de que algo no anda bien en sus
adentros, pero siempre caigo en la cuenta de que le ha gustado dramatizar, le
gusta hacer todo más grande y llorar lo que no logrado llorar con su trajín de
todos los días, y no, no acudo a su llamado de desesperación sabiendo que todo
será solo una falsa alarma. Mi mamá sale de la oficina rumbo a lo que para mí
será un error en el día, algo que sólo se arregla respirando fuerte o con una
visita al médico, Daniel, comenta no está bien.
Para dormir mis temores llamo a esa
abuela que no pierde la sonrisa, esa abuela que tiene un – te amo vida – al colgar
el teléfono. Esta vez es diferente, me topo con algo que no me suaviza los
miedos el auricular suena una, dos, tres veces y me contesta Nora, la tía que
siempre es fuerte, la que es razón ante todo y algunas veces el soporte cuando
todos perdieron la calma, la tía de las bromas pesadas, de brusquedades al
hablar, la que me acompañó todo segundo de primaria a la escuela hoy suena
diferente, no hay calma, no hay seguridad en sus palabras, no oigo la entereza
de Nora, solo oigo llanto, oigo a mi madre en mi mente diciendo, - las madres
tenemos razón -.
Algo no anda bien, lo único que se
me ocurre decirle es – respira, tienes que ser fuerte para mi abuela, mi mamá
ya va para allá – caigo en el arrepentimiento de no haber ido con mamá.
Recuerdo que al entrar a trabajar a
Prudencial Financial, una de las pruebas que uno hace para el departamento de
Recursos Humanos, decía – Poco apto para trabajar bajo presión - que absurdo se
oye eso cuando se llega a los 19 con una vida como la mía, que van a saber
ellos.
Ya son casi las 2pm y no sé qué
hacer, cómo actuar, ¿qué se hace cuando se te descompone la cara de la
preocupación? en ese momento mi madre que siempre me saca de las más terribles
dudas, me telefonea y me dice – ve a casa de tu abuela – Hasta ahora no
pregunto que tiene Daniel, prefiero hacer uso de la esperanza, en vez de oír lo
uno se niega.
Salgo de la oficina con 20 pesos que
alguien me prestó, tal vez Liliana, la chica que no puede vivir con el silencio
a lado y que como toda madre protegió a su hija hace unos días del susto que
ningún niño merece, o a lo mejor fue Ingrid la que está siempre de buenas y
cuando no lo está es por la migraña que nubla su mirada y opaca su humor… no sé
quien fue pero se lo agradezco como si me hubieran llevado de la mano. Cargo también
mi ensalada que preparé en la mañana y unos frijoles, porque cuando la
situación negativa se ha ido, alguien olvido comprar comida y eso me deja con
un mal sabor de boca y el estómago vació.
El sonido es bajo y oigo muy bien
mis pensamientos, cosa rara en esta ciudad que siempre me regala más ruido del
necesario, pero me oigo, tengo miedo, la esperanza se tambalea pero no me
abandona.
Llego al metro Rosario, hay gente,
miradas, un trovador que desperdicia talento en ese vagón, su voz me despega
los pensamientos, de mis pensamientos…
Siento una punzada en el corazón,
dos, tres, cinco veces, el miedo se acrecienta y mi celular suena, hay una voz
calmada que pregunta por mi ubicación, es mi madre, ella nunca esta calmada…
algo malo está pasando, pero en realidad sé que algo malo pasó.
Más silencio en la calle, a veces
solo capto algún claxon cercano, el silencio me aterra, no me deja… quiero
ruido, mucho ruido.
Cruzo eje central y como si fuera
película, pequeñas flores blancas caen, al mirar hacia arriba veo un árbol que tiene
el sol detrás de la manera más serena que pueda regalar un día, no hay ruido,
no hay gente solo ese momento de segundos que me aterra, - No aún Daniel, no
aún, no te despidas puta madre-
Llego a donde vive mi abuela, es una
buena colonia, tranquila y siempre con alguien en los pasillos, me imagino que
Daniel sólo se estaba asfixiando y que ya está bien, recostado en cama, pero
hay policías alrededor y Jhony, el tercer hermano de cinco, uno más chico que
mi mamá, se ve delgado por el ejercicio, él siempre ha tenido el andar de mi
abuela, despreocupado y ligero, siempre sencillo, al hablar tiene la solución
de sus problemas a la mano, siempre con un plan a futuro, tal vez tiene tantos
que cumple uno a la vez, siempre con alguna promesa, un vamos, un haremos, un te
compro… siempre pensando en los demás, prometiéndole a los demás. Lo abrazo y
me dice – Yo lo mate - No creo lo que mis oídos han cambiado por el
silencio, no le creo, solo lo abrazo, lo apoyo y le quiero como se quiere a
alguien que ha perdido la vida misma. Vamos camino a la tiendita a Comprar
cigarros, no trae cambio, solo billetes grandes… recurro a mi morral sucio que
me ha acompañado por toda mi cuidad, por mis viajes, por mis sueños y por la
vida que me traje de Europa, le meto mano y saco veinte pesos insuficientes
para los veintidós que pide el impuesto; la tendera nos presta los dos pesos
que faltan mientras pienso que ese camino a la tiendita, es el camino que
alguien dejará de recorrer, alguien ya no comprará allí.
Hay policías que pregunta que si yo
soy Javier, respuesta obvia NO, para esos momentos de incertidumbre prefiero
ser todo menos Javier.
Javier de pequeño me llevaba con mi
abuela a todos lados y recuerdo haber sujetado su mano junto a unas enormes piedras
negras, que se hacen llamar Los Gigantes de Tula, pero para mi par de años eran
solo piedras imponentes. También recuerdo a mi abuelo un día de mucho sol
soplando mi cara en una piscina en forma de dona, acto seguido me sumergía en
el agua, ese es Javier, mi abuelo fuerte, que cuando está serio da el más
terrible de los miedos, pero al sonreír todo se aligera, ese el abuelo de los
chocomilks más ricos.
La esperanza se aferra, el miedo me ha
tomado y no se cual me dejará primero, quiero que sea el miedo.
Subo escalón a escalón al departamento
de la abuela, la puerta está abierta, mi madre está ahí, sentada con su suéter
negro, sus zapatillas negras con brazalete negro al tobillo, ha dejado de
llorar, pido fuerza a Dios, mi Dios, para que todo sea un error y a la vez pueda
afrontar lo que hay en ese cuarto al fondo del que todo mundo sale y entra, ese
cuarto del que todos tiene lagrimas para derramar, el cuarto de Daniel.
Madre no te me desmorones, no aún,
siempre haces las cosas grandes y ya vez seguimos juntos y felices, no me
espantes, dime algo, cualquier cosa que no sea la verdad. Todos lloran, abrazo
uno a uno sin soltar lágrima, porque si la suelto estaré afirmando lo que ellos
dicen y me esperanza niega, Olga y Nora lloran, Javier se ausenta del mundo y
pide que se apaguen las veladoras, pide que se apague todo.
Al abrazar a mi abuela la que se cae
en cachitos, paso por unos segundos la mirada por el cuarto y veo solo a
alguien tirado con policías en vez de médicos, esos médicos que estarían para
salvar a quien se tenga que salvar, pero no son doctores, son policías y están
con Daniel.
Todo está bien no hay nada que
temer, solo estamos revisando el ¿por qué? de sus heridas, para estar seguros
de que no fue un asalto, sólo una caída de la cama, esas que nos pasan al ser
niños y con la mejor de las suertes y con el cansancio no las sentimos y si
llegamos a sentirlas, están las mamás, las tías, las abuelas para levantarnos,
pero no a Daniel, él tiene policías.
Abrazo a mi mamá que siempre me ha necesitado,
como yo a ella, le repito
-estamos juntos- y Marco, su novio
el que la apoya, la ayuda, la ama, el que también la cela en exceso, el que no
deja que tenga privacidad, comenta –¿traes tus tarjetas?, tenemos que ver qué
va a pasar con el cuerpo- ¿Qué cuerpo? ¿De qué está hablando? Eso no pasa en mi
familia, no hablamos de los cuerpos, hablamos de a quién amamos y a la vez
criticamos, pero no hablamos de los cuerpos, ni que mi familia me fuera a dejar
hoy Jueves que vengo de azul, gris y negro, no hoy tengo clase con Benedicto, el
maestro de INAE, no hoy porque no pensé en que perdería a alguien, alguien a
quien no le dije te amo.
Puedo seguir con los detalles, con
las voces, con las lágrimas, con los desgarradores lamentos de mi abuela, que
no perdió la razón con un padre ausente, con una infancia comiendo pichones,
con una madre que le lavaba los ojos con limón y aparte lavaba ajeno, con cinco
hijos diferentes como frutas de colores y olores, con infidelidades y golpes,
con la vida que uno no ha llevado y está lejos de imaginar que existe, esa abuela
que no pierde la razón, porque la razón en ella es de estirpe.
Sigo en blanco, se han ido casi
todos, estamos Olga, la tía de emociones calladas, de ternura en el rostro y
fuerza escondida, esa fuerza para espantar cualquier problema, que me cuido de
niño como a un hijo y que como a una madre amo. No llora por que su hijo está presente
y como Liliana, protegen a sus hijos de cualquier emoción que no sea la
felicidad de la niñez, esa felicidad que se cuida hasta las doce, trece,
dieciséis o más allá, porque para ellas como para mi madre lo soy yo, siempre
seremos sus niños. Olga contesta el teléfono, una voz dice –prepara unas cosas
para Daniel- ¿Qué cosas? ¿Se va de viaje? ¿Una mochila, sus cd´s para el
camino, comida? No, nada de eso, la tía Olga me deja buscar, las cosas de
Daniel.
Daniel se fue, no de viaje, no para
volver, se fue dejando dolor mezclado con buenos recuerdos, pero el dolor es
por no saber a dónde va sin avisar que se iba, sólo se fue.
El tío Daniel, el más joven de los
cinco, con solo 19 años y la vida por delante, con sus bromas y sus frases, el
tío al que le daba igual tomar el sol a las 10 de la mañana como a las nueve de
la noche, el que hacia rabiar con sus correcciones a la abuela, el tío de las
ocurrencias, el del rock raro, el tío que me quedó a deber un video juego, fue
mi hermano de juegos, de maldades, de enojos, alegrías, de Resident Evil, se
fue.
Me dejó con el corazón con ruidos y
los oídos sordos, me dejó en su cuarto eligiendo que le pondré para su viaje,
le gustará el blanco o prefiere el azul, donde dejas tus pantalones limpios,
¿qué te gusta más? ¿el rojo o el blanco? ¿qué boxer es el indicado? y los
tenis… ¿te conozco bien? ¿Sabías que te amaba y que eras mi otro hermano? ¿Sabías
que algunas veces te envidie?
Estoy en tu cuarto y no sé qué pude
decirte para que te quedaras, qué te hubiera gustado escuchar para que lucharas
contra lo que te guiaba a no sé qué camino, lejos de aquí. Sería suficiente con
abrazarte y prometerte que todo estará bien, que solo fue un golpe que te dejó
sin aire y que con respiración de boca a boca se vuelve a la vida.
Hubieras ido a mi tardía fiesta de
graduación, te hubiera visto llorar al creer que esa chica era el amor de tu
vida y yo te diría que el amor de tu vida es quien se queda contigo con tus aciertos
y tus errores, nos faltó otra partida de Risk para que Ismael nos ganara
mientras tú y yo nos aniquilamos soldados, nos faltó jugar Monopolio para que
en nuestra locura por cobrar en miles poniendo hoteles, Ismael nos ganara de
nuevo. Hubiera comido más Cerelac con leche, te hubiera enseñado Resident Evil
5 en mi Play 3, Hubiéramos ido al cine a ver Resident Evil Extincion.
Te hubiera prometido que la receta a
los problemas son los amigos, un buen postre y una familia que al final de todo
termina por abrazarnos y no por obligación, sino porque nos ama con todo y
errores.
Siempre se me hace tarde para todo y
yo temo haber llegado tarde ese Jueves.
Efra. Pude sentir tu angustia. No me fue grato estar ahí. Muchas preguntas e inquietudes deja un evento tan inesperado. Algo debemos aprender de eso. A veces las respuestas llegan a cuenta gotas, deciden aletargar su misterio, navegan en el tiempo esperando el mejor momento para ser recibidas. No puedo más que regalarte lo que en ese entonces te hubiera ofrecido en mi azoro por lo que me rebasa, un abrazo, grande como tú, capaz de sostener al menos por unos minutos el lamento inevitable de tu dolor. Al oído te susurro mi cariño y el entusiasmo sincero por seguir aprendiendo de ti…. Arturo.
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