viernes, enero 02, 2015

Ximena y el tigre

¿Qué me ves? ¡No me juzgues!, ¿quieres saber por qué hablo con un tigre naranja de peluche?, ¿crees que no me he dado cuenta que te me quedas viendo desayunar todos los sábados mientras hablo como con este felpudo? Ven, siéntate. ¿Quieres saber lo que todos especulan y cuchichean en mi cara como si fuera sorda y no la loca que creen? Pues para empezar niño, no estoy loca, yo lo que tengo es que no puedo olvidar y si la gente que tiene Alzheimer sufre por olvidar, también los que no lo hacemos y ¿sabes?, siento ira por eso, de esas que te hacen odiar al ocurrente que nos puso aquí; no creas que siento rencor todos los días, lo hago cuando me acuerdo y sólo me queda hablar al aire como si me fuera a contestar, lo bueno del aire, es que no formula palabra alguna y no me juzga.
Este tigre me lo regaló mi novio hace 10 años, cuando la vida era fácil y parecía estar en la palma de mi mano. Esteban era un hombre excepcionalmente imperfecto y cálido, tenía una boca que hablaba más de lo que pensaba en el momento que tenía que callar y un mutismo de sacerdote asiático, cuando tenía que hablar, pero él, era el único que me hacía olvidarme de todo, con él era momento y presente, era abrazarlo y subirnos al tren de la vida, verla tal cual, él me enseñó la ligereza de vivir, de no enunciarla con los detalles desagradables, de no recordar las penas y pensar que lo que estaba pasando era el mejor de los futuros.
Un día Esteban me vendó los ojos con una mascada roja y era roja porque era mi color favorito. Ya no,  porque donde veo rojo,  veo las promesas que la vida te hace y no te cumple. Bueno, ya sé que a veces hablo de más y si te estoy hablando a ti es porque me molesta tu cara de menso cada ocho días, es como si estuvieras reprochándome la soltura con la que hablo o mejor dicho, la locura según tú. Pero ¡qué necio eres!, ¡que no estoy loca! y no me mires así y si tanta curiosidad tenías ¿por qué no me preguntaste antes? Bueno ya, no me distraigas, Esteban me vendó los ojos y me dijo exactamente así: “Ximena, en tus manos pongo mi destino sin rumbo, en tu ceguera confío mis pasos y en tu corazón todos y cada uno de mis anhelos” después puso al tigre en mi manos, ¿por qué un tigre y no un oso? Pues para ponerle una raya más al tigre cada vez que superara alguna prueba de la miserable vida, lo de miserable no lo dijo él, eso lo creo yo, con los ojos recorrí al animalejo este y en la cola traía algo redondo y metálico, sí, supones bien, un anillo de compromiso, simple con una diamantito, ahora que te lo cuento y lo pienso bien, de él podías esperar cosas fuera de lo común, cosas grandes, le gustaba sentir que se comía la vida a bocados grandes, por eso me sorprendió la sencillez del momento, solo él, el peluche y yo en la cama. Mientras estaba acostada viendo mi mano al techo con la sortija sólo pensaba en cómo sería vivir miles y miles de días con ese pelmazo, pero también pensé que desde que lo conocí no me imaginaba una vida sin su presencia y a la vez repetía sus palabras como una plegaria y justo ahí habló de nuevo “quiero que la vida me sorprenda todos los días contigo y que la muerte nos recoja abrazados”, ay niño, una sin la otra no pueden existir y a las dos las vi juntas estando yo viva.
La boda que tuvimos… tan sencilla pero tan hermosa y lo de hermosa no lo digo para justificar la sencillez que muchos confunden con falta de recursos, la verdad es que a Esteban siempre le gustó ayudar a los demás movido por no sé qué santo metido en su cuerpo, por eso me convenció de hacer una fiesta chiquita y cómo decirle que no a un hombre que era capaz de hacerme olvidar que no era perfecta y hacerme sentir la mujer más hermosa que te puedas imaginar, yo era muy guapa, si me hubieras conocido hace diez años, tu curiosidad hubiera sido no por loca sino porque era una mujer férrea y altiva, daba miedo acercarse a mí, según él, porque “tanta belleza ofendía”, pero esa seguridad que yo sentía entonces, no era mía sino de Esteban, que  cultivaba todos los días. Ahora que veo las fotos, la imagen, hace juego perfecto entre lo que tenía dentro y lo que mi cuerpo gritaba y mira que nunca me consideré vanidosa, pero basta de superficialidades y volvamos al tema de la boda. Tuvimos solamente 40 invitados, obvio mis papás y mis tres hermanos, mis  cuatro abuelos, mis dos bisabuelos, los cuatro hermanos de mi mamá con mis tías y tíos políticos y tres primos, mis cinco mejores amigos y sus respectivas parejas, él no tenía familia, su mamá murió cuando era niño, dos años después el papá y quien lo cuidó fue la abuela que para esas fechas ya había muerto también, pero ese hombre eran tan querible que adoptó como abuelos a sus vecinos, quienes a pesar de tener hijos, nunca, o casi nunca los iban a ver y como hermanos, a tres amigos de la infancia que fueron su todo hasta en las peores. Eran unos canallas pero me querían mucho los condenados, decían que si Estaban estaba conmigo era porque yo no valía menos que todo el oro del mundo y también invitó a un niño con sus papás, era un vecinito que lo veía como su hermano mayor; la vida le había quitado todo lo que para mi era fundamental pero él se hizo al ánimo de encontrarlo de nuevo, así que hizo de una familia adoptiva que lo amaba no menos que yo, pero tampoco te confundas chiquito, te aclaro que nadie lo amaba más que yo. En la boda no hubo más que buenos deseos y mucho amor, no pedimos regalos y el dinero que nos dieron lo juntamos para la escuela de a su hermanito. Tan duro que la pasó y él tan blando que era, perdonaba fácilmente, yo… yo no olvido.
De luna de miel nos fuimos a Zacatlán de las Manzanas en Puebla, sólo un fin de semana y es que con él como diría Joaquín Sabina “todas las lunas eran lunas de miel”. Rentamos una cabañita a las afueras del pueblito, de ésas que tienen todo junto en la parte de abajo y en el tapanco la recámara, ahí acomodé al tigrito que iba conmigo a todos lados. Fue esa misma noche cuando la vi a la muy maldita por primera vez, me estaba pisando los talones y yo en mi pinche nube de pendeja enamorada no me di cuenta. Perdón que te diga esto pero ya que te voy a contar mi locura, sábetela completa y es que ese día hicimos el amor en la cocina y yo en mi estúpido arranque, abrí un poco la perilla de la estufa y ese poco bastó para que a la semana de mi boda, en la misma capilla donde celebré el día más feliz de mi vida, también celebraría el día más triste.
Esteban se fue, me dejó. Durante muchos años no sabía a quién odiar más, si a él por haberse ido, a la vida por dejarme sola, a la muerte que nos sorprendió durmiendo, a mí por creer que tenía toda la felicidad que me tocaba y hasta la que no también… odié tanto y de muchas formas, ¿por qué yo quedé viva? porque para mi maldita suerte estaba cerca de una ventana y no él, porque la vida es una infeliz cuando así lo quiere, en nuestra relación él era el bueno, él que daba a manos llenas como si supiera que se iba a morir al día siguiente, el que hacía brotar la belleza donde no la había, se murió él y todo eso también.
Yo de la ira fui a parar al psiquiatra, la vida me era un lugar insoportable, odiaba estar viva y a los que estaban vivos conmigo, odiaba estar en silencio porque escuchaba sus palabras “tienes una vida tan llena de amor y estás tan ciega”, me irritaba estar en la oscuridad porque sentía sus brazos alrededor mío, odiaba estar en cualquier lado sin él.
Me tomó tres años de mi vida entender lo que estaba obligada a entender, no lo hice por gusto sino porque sus abuelos se enfermaron y no había quien los cuidara, yo lo hice como lo hubiera hecho él, los acompañé como si fueran mis abuelos y un día al salir de su casa, me encontré a su hermanito, bueno, al niño ése que adoptó como hermano, sus papás trabajaban en la noche y él se los cuidaba, cuando me vio me abrazo a la vez que me preguntaba que si yo también lo extrañaba y ahí fue cuando entendí que no sólo me dolió a mí, que ese hombre vino a dejar amor por todos lados y que yo estaba muy lejos de ser así, lo necesitaba a él para ser feliz, para ser bella, para ser segura de mi misma, para amar y para ver lo bello, ese maldito era mi concepto de felicidad. Tuve que dejar la ira, abrazar a los que me quedaban, tuve que soltar su presencia y aprender a vivir sola conmigo, tuve que pintarle una raya más al tigre y no porque sea un caso de éxito sino porque seguir viva después de perderlo a él,  es una tarea de titanes y no, no estoy loca, lo estuve, lo que tengo ahora es que no consigo olvidar, aún tengo marcados todos los días de su existencia conmigo, aún lo tengo en el corazón.
No me volví  a casar, aún porto mi anillo de bodas, trabajo de lunes a viernes y los sábados vengo a este lugar porque aquí nos conocimos, estuve en un manicomio y hoy hablo con este tigre porque de la muerte de Esteban solo el felpudo y yo sobrevivimos.

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