domingo, julio 27, 2014

Para Olga


Estaba sentada en medio de la sala, con una camisola roja a juego con los zapatos, pensando en la vida, en como habían iniciado las cosas, su primera travesura, su primer regaño su primer beso y la primera vez que se estremeció; se miró las manos y ya no se acordaba en como fueron a sus cinco años, pero podía jurar que habían sido hermosas.


Le dio por recordar las carencias de su infancia, sus anhelos, en como soñó con un padre menos ausente y en cómo aprendió a amar lo que la vida le iba poniendo. Se acordó de una tía con mucho dinero y su viudo corazón, ella le había enseñado a encerar y pulir al igual que tallar y tender. Le tocó ver un DF sin pavimento y con el río Churubusco vivo sin ser tapado, se subió en los tranvías, vivió lo mismo en Nativitas que en Portales, también vivió en la colonia Condesa en su plena majestuosidad sin tanto comercio y con menos alboroto.


Volvió a extrañar a su madre y se apenó por como la hizo repelar con sus escapadas y sus contestaciones y es que ella no había nacido para que la mandaran, suficiente con obedecer a la suerte y desafiarla de nuevo para construir destino, su destino; si su madre le cerraba la puerta, ella brincaba una barda, si le decían una hora llegaba a otra y mientras le daban sus nalgadas ya estaba pensando en como escaparse al otro día para evitar el castigo del encierro.


Cuando tuvo a sus hijos entendió el esfuerzo y el trabajo que cuesta criarlos, dejó de reprocharle a su madre que a pesar de que estaba sola y no tenía los suficientes ingresos, siempre permitió que su esposo llegará y le hiciera cariños que siempre terminaban en otro hijo hasta que llegó a ocho, hubo un punto que a la quinta hija tuvieron que ser separados para que alguien se pudiera hacer cargo de ellos, unos tantos con una tía y otros con otro tío esa vez fue dejarse llevar por el destino y pedir que la suerte estuviera de su lado.


Esas fueron las constantes de su vida y hasta en su primera boda se acordó de la mala suerte que tuvo al no ver las manías del hombre raro al  que escogió pero que de todas maneras le agradeció al destino haberlo conocido porque le dio cuatro hijos como si fueran el mejor de los regalos.


Pensó en lo afortunada que fue a pesar de los múltiples errores de unos, el pésimo carácter de otros y el alejamientos de los demás, pero pese a eso, ahí estaban, siempre al pendiente desde su trinchera, una al sur, otra al poniente, otra al norte y uno más al centro buscando su camino, como le daba gracias a la vida por estár presente en sus vidas como testigo de sus errores y aciertos.


Extrañaba a un hijo que se le fue lejos, le gustaba pensar que estaba en otro país viviendo una vida mejor, lejos pero pisando esta tierra aunque la verdad no era así, ese quinto hijo de su segundo matrimonio había tomado un tren al cielo pero en ese día se sintió feliz porque al fin lo había dejado libre, ya no le guardaba rencor por habérsele adelantado, con suerte y en su momento un día lo vería.


Así estaba en medio de su sala vestida de su color favorito cuando salió del recuento de lo que había sido y era su vida. Abrió más los ojos y se dio cuenta de que ahí estaban cuatro hermanas de seis y su único hermano; ellas eran sus amigas, sus complices, sus compañeras. Ahí estaban los hermanos que estaban siempre cuando algo necesitaba, dando gracias a las que le llevaron de comer cuando no tenía ganas de hacerlo, las que se quedaron con ella cuando el corazón se le salía del pecho y las que siempre sostuvieron su mano a lo largo de toda su vida, hasta las que no estaban también las vio ahí, en mitad de sus recuerdos a pesar de las peleas y los disgustos fueron parte de su historia.


Abrazó a sus nietos, los presentes y rezó por los ausentes, no siempre se puede tener todo decía, con saberlos vivos y sanos le bastaba para quererlos como a los mismo hijos. Se acordó  de como le cantaba a uno la de los ojos mexicanos de Juan Gabriel y a otro con tal de verlo cruzaba la ciudad completa, con uno se sentía en deuda por no haber pasado tanto tiempo con él, pero así las cosas, abrazaba a los que podía cuando se podía aunque ellos no quisieran.


También estaban las hijas que pudieron y quisieron ir, con las que estaba agradecida por su presencia y su ayuda, cada una a sus modos pero ahí, junto a ella.


Estaban también los yernos, los consuegros, los sobrinos y las amigas, dio gracias por oir sus pasos y sus palabras, por ser parte de su memoria, su destino y su suerte.


De pronto su esposo, el segundo, tocó su hombro y se recargo junto a ella, estaba cansado de atender a las locas de sus hermanas, a sus hijas, de jugar con el nieto, de preparar micheladas y de andar de la cocina al comedor. Ella lo vio y pensó en que no solo era su esposo, era su compañero de vida, el humano falible, al que perdonó, con el que compartió la pérdida más grande y que para dicha de los presentes seguían vivos celebrando los años y los momentos; dio gracias que estaban aún en condiciones para sumar fechas y recuerdos, todavía la vida los quería para ser testigos de todo lo que pasaba en su mundo, se sintió afortunada por la presencia de ese hombre que dormía todas las noches junto a ella y sonrió.


Una de sus hijas le preguntó que por qué sonreía sola, que si era de ellos o con ellos, a lo que ella respondió: con la vida hija, me rio con la vida.


En la vida hay cosas que uno elige, situaciones a la que uno llega por destino y otras por azar. Hay situaciones que uno persigue, busca y ocasiona, hay momentos que uno no pide y otros que se anhelan, también hay personas que entran y otras que salen, hay recuerdos y cosas por vivir, pero ella a pesar de tanto ir y venir de sumar y restar, estaba feliz siendo testigo de su propia vida.


¿Cómo resumía su existencia?


En puro amor...

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1 comentario:

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