Hace poco más de 31 años, nació un una niña con la
fortuna de tener el destino tatuado en la piel el cual decía “Perdiendo ganas
todo” y ese destino como profecía se cumplió al pie de la letra, al nacer no
supo el rumbo de su padre y a pesar de que lo encontró mucho tiempo
después volvió a perderlo sin ninguna explicación o entendimiento; de hecho, perder cosas ha sido su mayor talento, el
invento del celular no le alegró en lo más mínimo ya que estaba segura de que perdería
muchos y sonará a broma pero así lo hizo y no porque sea despistada, sino
porque lo trae grabado en la piel, con decirles que una vez perdió a su sobrina
en el supermercado con la mera sensación de estar dejando algo atrás, para la
buena suerte de su sobrina que no había nacido para perderse sino para
acompañar al lio de tía que le había tocado, esa mujer de su familia regresó
por ella.
Siguiendo con la suerte que le había tocado, a los 15 años perdió a
su mamá de una enfermedad que empezaba a ponerse de moda y que no se imaginaba
que un día ese mismo mal tocaría de nuevo en su puerta.
Saben, ella ya estaba muy cansada, muy pero muy cansada,
luchar para no perder se había convertido en el día a día de su vida. Lo que no
había notado era que cada vez que algo perdía, alguien la tomaba la mano, se
fue su mamá en paz y llego un niño con la fuerza para protegerla durante 15
años, se iba un trabajo y llegaba el dinero de un finiquito, se iba un amiga y
le llegaban cinco más y así se deshacía de unas cosas y aparecían otras.
Un día después de regresar de estar con su hermana de quimioterapia, se sentó a llorar en el suelo viendo su tatuaje como una
maldición, se acordó del mismo proceso por el cual pasó su mamá, así que se
dejó ir en llanto, tanto, que parecía que quería perder hasta el océano de
emociones que traía dentro, que al fin de cuentas era lo único que le quedaba
por perder, bueno, eso y la poquita fe en el destino que se le escondía para que
no la encontrará y la perdiera después, de pronto sintió su celular numero 28
vibrar con el temor de las malas malditas noticias, pero al abrir el whatsapp vio que estaba lleno de mensajes de gente que se le fue sumando entre pérdida y
pérdida: sonrió, sonrió y entendió, volvió a sonreír y agradeció cada uno de
esos iconos que veía en la pantalla, ahí estaba la niña morena de ojos grandes
que todo puede hacer y hacerlo bien, el niño cachetón lleno de amor, el niño
sin pelo que la conecto con otros mundos, la mamá divorciada con la boca más
imprudente, la mujer que conoció en la secundaria, el exnovio que la cuidó 15
años, el niño con tinta en los dedos, en fin… tanta gente que la había
acompañado, escuchado, hecho reír, gente nueva con la que grito como loca,
amigos que la vieron caer desde el cielo y que juran haberla visto flotar por
unos segundos de tan feliz que estaba; el punto fue que gracias a esos iconos,
entendió y no solo lo entendió su razón sino su corazón, que sabiendo que por
más que la vida nos ponga como destino perder, el verdadero arte es cuantificar
las ganancias de todos aquellos que iluminan nuestros caminos, esas velas que
nos hacen ver y llegar a nuevas luces, nuevas formas, otras maneras, y que
algunas parecen infinitas aun sabiendo que algún día llegara su final porque
ella sabía que todo es pasajero, pero el verdadero tiempo no es el que tenemos
en las manos sino en la memoria del corazón, así que esa noche al pararse del
suelo ella beso cada una de sus pérdidas, sobo cada cicatriz, agradeció cada
embrujo, porque nada, nada, en verdad nada valía tanto como la gente y los
momentos que había ganado.
Para Elsa hermana y maestra de Ingrid, donde el enojo no
cabe en las horas que tenemos prestadas.
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