sábado, mayo 07, 2022

Los miedos de Ana

Una noche al calor de una copa y con Sabina como música de fondo, Ana estaba con la ansiedad en el estómago al escuchar hablar a su amiga Cris, una mujer que cuando la conoció vivía en un mundo tan grande como la habitación de un Koreano clase baja y ahora después de 15 años su panorama parecía no conocer límites. Cris había desaprendido y vuelto a aprender, había soltado a su familia, confiando en su capacidad para arreglarse la vida sin ella y ella aprendió a vivir sin dejarlo todo por ellos. Le contaba a Ana del amor de sus días y como este hombre que parecía que habría de irse, decidió quedarse y Cris quiso quererlo con todo y todo. Ella orgullosa por haber llegado a dónde no lo había pensado ni soñado, tenía a Ana puesta vuelta loca de ansiedad y es que tanto había pasado por sus vidas que a ella no le cabía en la razón cómo alguien como Cris pudiera cambiar tanto, era otra, era más segura, más plena, más decida, más audaz y hasta más guapa. Ana sabía que no eran celos ni envidia, esa ansiedad que parecía inexplicable poco a poco fue se explicando y desenredando conforme ella le fue contando su vida a Cris.



En esos 15 años de vida, Ana tuvo muchos amores, algunos pasajeros, unos memorables y otros mera terquedad. Ana ya venía sospechando de su incapacidad para derribar sus murallas porque a pesar de tanto desatino fue con dos amores qué logró ser más real, más ella, explotó las emociones, se dejó llevar, ir y venir, dar y sentirse vacía y al mismo tiempo llena de amor, pero desde hace dos años de estar soltera y trabajando en si misma Ana juraba qué estaba dispuesta al amor, ese hombre que le diera paz, que le calmara las guerras del diario en una batalla de besos, caricias y ternura, pero de eso nada. Ana le contaba a Cris sus miles de citas con diferentes hombres, el alto muy alto, el bajo muy bajo, el rico muy pobre, el pobre muy sabroso, el caprichoso, el machista, el dependiente, el meloso, en necio y terco, el guapo insoportable, el indefinido, el qué jugaba a quererla solo de noche y por unas horas... Ana sabía desde hacía tiempo que no era el destino empeñado en negarle su sueño de verse casada y viviendo en paz después de tanta guerra, sabía que no era Dios el remitente de tanto hombre raro. Ana bien sabía que era ella misma la qué ponía las trabas, los peros, las justificaciones para no ser feliz con ninguno y es que oyendo hablar a Cris se dio cuenta de que su amiga se dejo ser, se entregó a sus deseos y sus antojos mientras qué Ana se encerró en su paz huyendo de volver a sentir, a salir de si misma. Ya había amado dos veces y las cosas salieron cómo nunca imagino que le podrían salir las cosas: mal. 
Uno tuvo a mal dejarla sin más explicaciones y no hubo entendimiento ni aire qué no le faltara a Ana, le hizo falta el norte por mucho tiempo y el tiempo se le hacía interminable. El otro amor tuvo a bien engañarla y echarle la culpa de sus amores de gimnasio que porque a él no le era suficiente nada, ni el tiempo, ni el sexo, ni la dedicación y ni el amor de Ana, así que cuando terminaron ella quedo agradecida por dejar esa relación donde intentaba e intentaba y nada más no llegaba a ningún lado, así que por su propio bien cerró de manera inconsciente su corazón a pesar de que su consciente deseaba ese amor de película. 

Cris seguía contando su vida y Ana más ensimismida y aterrorizada de como su deseo de paz era solo la careta del miedo a dejarse ser otra vez, era miedo a volver a sentirse expuesta, vulnerable a dejarse sentir embriagada otra vez por la piel de un hombre que prometiera por siempres sabiendo que se iría a la mañana siguiente. Miedo, era eso... solo miedo a dejar libre a esa Ana desbocada que ama a manos llenas y canta por mero gusto usando la chispa del amor. Oh no, nunca más ese intento, esa Ana estaba muerta para ella misma, esa Ana la había enterrado meses atrás y la imprecisa vida de su amiga la precisa le hizo darse cuenta de su propio engaño. 
La plática terminó, la velada acabó en un abrazo y un beso en la mejilla, Cris se fue cantando la vida y Ana rumiando sus miedos e intentándole dar sentido a sus pasos. 
Con el transcribir de las horas, mas preguntas fueron apareciendo, porque terca era, no era como descubrir sus huecos e ignorarlos pero ya era de noche y antes de cerrar los ojos leyó  la única certeza en medio de tanta cruda verdad: la hoja no piensa si cae o si vuela, solo se suelta.
Cerró los ojos y decidió y se dijo así misma: que el miedo no dicte mis victorias. Ana por fin durmió en una recamara más amplia. 

1 comentario:

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