jueves, febrero 27, 2014

El arte de saber restar

Mónica nació en un pueblito en Tabasco, vivía con su abuelo que la cuidaba pero la verdad parecía ser otra, ya que a pesar de su corta edad ella le lavaba, planchaba y hasta en la cocina se entrometía la niña de cabello castaño y bajita estatura. Lo que nunca olvido de lo que enseñan en la primaria fue a restar y es que desde chiquita le quitaban y le quitaban, primero a su madre que murió cuanto Mónica tenía 3 años, a los 5 a su padre, ese hombre que le enseñaba a entender las estrellas, de ahí perdió su casa, sus amigos y hasta su mascota y para los diez a ese abuelo cansado que intento darle lo que ya nunca tendría: una familia de sangre.   

Una pareja de la capital como le llamaba al D.F., la adoptó y la trató como a una hija porque ellos no podían concebir por más que lo intentaban y como ya estaban entrados en los cincuentas la niña parecía más bien su nieta. La vida se empeñaba en quitarle y quitarle porque a los 16 perdió a su padre y a los 18 a lo que conocía como cariño materno encontrándose de nuevo huérfana hasta de lo los padres adoptivos que tanto le enseñaron; ya se había acostumbrado a sembrar gente en su corazón y luego arrancarla de raíz, pero Mónica no se dio por vencida, ¡de tripas corazón y a seguir hacía adelante!.

Ya casi a los 20 años, se encontró con Manuel, dicen que hay un roto para un descocido y es que ese muchachito dejó a su familia en el norte y ya no sabía nada de ella; se casaron muy pronto y para los 23 tuvo a su único hijo, por fin Mónica tenía una familia, ¡sí!, era de ella: un esposo y un hijo, bueno, su cónyuge no era el mejor partido porque en esos años le pegaba con la seguridad de que el machismo nunca pasaría de moda, además, ella no conocía otra manera de querer, las únicas emociones con las que relacionaba el amor, era el dolor de los golpes o el dolor de perder para siempre a alguien, ya se había acostumbrado a que los que la amaban se iban derechito a la tumba, así que ella escogió la que le dolía menos en el alma: los golpes, los jalones de pelo y los gritos… Su aliciente era su hijo Luis, un niño adorable que cuidaba como a su misma sombra, era la primera vez en la vida que estaba dispuesta a sumar y a sumar bien, mucho amor, caricias, palabras de aliento y de ternura, abrazos y un sin fin de besos, por fin conocía un amor puro, un amor que no lastimaba, pero no todas las cosas se mantienen inocentes en esta tierra de hombres que contaminan todo lo que tocan, Manuel seguía queriendo a Mónica a golpes y Luis llegó a la edad donde ya no lo soportaba, se fue a pesar de que su amor hacía su madre era inmesurable y ésta lo dejó volar, no lo detuvo cuando decidió irse, se fue como arena entre los dedos; su hijo nunca dejó de estar en contacto con ella, la amaba, eso era un hecho.

El tiempo pasó y Mónica restó la ausencia de su hijo y con el tiempo Manuel no pudo trabajar y era su esposa la que tenía que adicionar ingresos a la casa, nada era vergonzoso para ella, vender leche, lo hacía, preparar gelatinas y pararse afuera de las escuelas, lo hacía, barrer a fuera de los comercios por unos pesitos, ¡pero por su puesto!. Lo único que le daba pena a esa mujer incansable era saber restar mejor que cualquier cosa, ya no quería perder ante la vida por mucho que ésta se empecinaba en ponerla de rodillas y lograr vencerla.

Luis siguió los pasos que le tocó aprender,sino había caído en drogas o en el alcohol era porque su madre siempre le enseñó que la dignidad es lo único que uno tiene integro hasta que uno decide perderla, fue por eso que Mónica le puso un alto a su esposo antes de que este siguiera golpeándola porque la quería; le dijo que si le ponía la mano encima otra vez iba a averiguar que era la soledad, Manuel muy obediente entendió porque sabía muy bien lo que sentía y ella era lo único que tenía, naturaleza humana, destruir lo que al final sabemos que nos va a perdonar hasta que lo deje de hacer, pero Mónica ya no estaba dispuesta, se cansó del amor a golpes.

Un día el esposo descubrió que tenía diabetes y bastó una cortada en el pie para dar inicio a un proceso doloroso y corto, Mónica hizo una vez una resta al corazón, disimuló su pena y la ausencia con horas incansables de trabajo por eso no tardo mucho ella en caer en el hospital, cuidada por su único hijo, lamentablemente para esas fechas Luis había cambiado de trabajo y no podía ausentarse porque si lo despedían perdía el seguro médico que cubría a su mamá y como era soltero no había quien sostuviera la mano de Mónica en esa cama fría, los amigos que la habían visto luchar ante la vida como un perro furioso eran su única compañía en las horas de visita a las cuales Luis ya no llegaba. Era la primera vez que ella se dejaba hacer por la vida como ésta quisiese.

La compañía no faltó, pero la soledad de las noches era lo que la hacía enloquecer, tanto luchar, trabajar, aguantar, esperar y rezar para terminar en una resta tan sencilla, donde el resultado era perderlo todo. Pensó en aquellos que se le adelantaron y se preguntaba si por fin iba a tener la paz que tanto le habían negado, pero en ese mismo momento Mónica dijo en voz alta como si la vida tuviera cuerpo y estuviera a su lado viendola, que paz ni que nada, llévame a donde me tengas que llevar que tú y yo aun no terminamos y en donde termine ahí nos seguiremos viendo las caras. Ella sabía que si se quedaba quieta los recuerdos le pasaban todos por lo cabeza y le pesaban como costales de arena, por eso no le gustaba estar así, a punto de suplicar, de doblegarse hasta que una noche se dio por vencida anhelando los brazos de su madre, la que la llevo nueve meses con ella y la que decidió quererla de pronto, se imaginó viendo un manto negro lleno de luciernagas mientras su padre le decía cual seguir para no perder el rumbo, su abuelo calentando los frijoles y su su padre postizo repitiéndole que se cuide de los hombres mientras le daba de besos en la mejilla, lo único por lo que sí suplico y con toda el alma fue por Luis, pidió porque no se quedara solo, porque el día que llegará a viejo hubiera alguien que le acariciara las pecas de las manos, que el amor lo cobijara todos los días de su vida, fue lo último que se repitió en el corazón, dejó que los recuerdos la invadieran y por fin Mónica cerró sus ojos y por primera vez desde que tenía tres años se le vio tranquila, con una sonrisa retadora que solo ella sabía muy bien a quien iba dirigida.



Afortunada ella que aprendió el arte de las restas, ardua tarea para los que nos quedamos.

Que el universo premié el alma de una mujer que nunca dejó de luchar. Descanse en paz aún en sus privadísimas guerras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Porque todos sentimos diferente... Comparte tu sentir.

Abrazos perdidos

Canción para leer: Camino para volver - Conchita Si los hubiera abrazado más pienso que tal vez se hubieran quedado más, no lo sé y no lo sa...